sábado, 20 de abril de 2013


LEÑERA DIBUJADA POR HUGO BASTOS


El mundo, es decir: el hombre, cargado en las espaldas de una mujer y mirando hacia atrás, hacia el pasado, mientras ella se enfrenta a lo desconocido, el ignoto porvenir, llevando en sus brazos la promesa del fuego. El mito ultramarino de Prometeo se deja leer transformado en esta figura telúrica: una mujer ha sustraído el secreto de la energía domesticada y con un solo movimiento ha domado los incendios y el frío, la crudeza del clima y de los alimentos. Quizás con esa sabiduría haya limitado su espacio, y se la pueda ver encadenada a quehaceres desempeñados en un ámbito reducido, pero su mirada, la que no vemos, la que no podemos ver desde donde estamos, destinados a contemplar sus huellas, avanza insaciable en procura de un tiempo sin término. Esas leñas menudas, apenas capaces de crepitar en fogones pequeños son la sola garantía, precaria acaso, pero indispensable, de que se alcanzará otro día.
 Daniel Vera,
Córdoba 2013.

sábado, 13 de abril de 2013


X estos días (2003-2006)
Poemas
Javier Almeida
Ferreyra Editor, Córdoba 2007, 54 páginas

POESÍA EN TRÁNSITO

        “Quisiera un camino sin palabras”, escribe Javier Almeida en uno de sus poemas, y enuncia un condicional contrafáctico de lo que es todo su libro, y acaso toda su obra: un camino de palabras. No sé si hay caminos –digo rutas y calles, no senderos ni huellas a través del campo- donde no haya palabras, donde no haya lugares, ni señales, ni otros andarines, ni refugios, ni amenazas, ni intemperies habitadas…, pero el vínculo entre el camino y los poemas de Almeida es algo más, diría que mucho más: es la poética de Almeida. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, advertía Antonio Machado y nos invitaba a imaginarnos rodeados por el mar y sin ninguna orientación en la tierra o en el cielo; Almeida, en cambio, nos pone en medio de calles que van y vienen y se cruzan y traen y llevan destinos, donde el poeta busca el suyo como mejor sabe y más bien hace camino al hablar. El silencio, la mudez, no es una opción ni tampoco la huida del lenguaje a través de un discurso encriptado; nada de eso, sino el uso intenso de los giros cotidianos puestos entre paréntesis para que su sentido trascienda los comportamientos verbales habituales y se abran a tesoros abandonados y ofrezcan la desnudez de la existencia. En la lectura, como suele ocurrir, me encontré con reminiscencias de otros poetas, que nunca escribieron así, pero que podrían haberlo hecho, allá lejos François Villon y los goliardos celebradores de la vida, y mucho más cerca los poetas de la generación Beat: Allen Ginsberg, William Bourroughs y, sobre todo Jack Kerouac, por aquel En el camino (On the road, 1957), cuyo título me ha sugerido el motivo este comentario. Un par de versos de Almeida para encontrar un final sin fin: “La clausura no es mi herramienta y el viaje tendrá que seguir”.

Daniel Vera
Córdoba, 2013

sábado, 6 de abril de 2013


El entrerrianito
Poemas
Mauro Cesari
Alción Editora
Córdoba 2009, 60 páginas

El orégano de las especies
Poemas
Mauro Cesari
Alción Editora
Córdoba 2011, 110 páginas sin numerar

Filiaciones y afiliaciones

        Las aficiones y las asociaciones van de la mano y a veces acarrean malentendidos. Cuando vi El entrerrianito en la vidriera de la editorial me acordé de  El entrerriano, tango de Rosendo Mendizábal, posiblemente de la Guardia Vieja y, por supuesto, nada que ver, como lo pude comprobar más tarde, luego de conocer al autor y leer sus publicaciones, lo cual no evita que en lo siguiente esté igualmente descaminado.  Aunque leí primero el segundo de sus libros enumerados según fecha de publicación, mi lectura pronto invirtió la secuencia, porque conjeturo que fueron publicados en el orden en que fueron escritos (al menos en su mayor parte). El ‘entrerrianito’, me dije cuando supe que Cesari había nacido en Entre Ríos y residía en Córdoba, ha de tener que ver con cierta nostalgia de la infancia y sus paisajes; después de leer los poemas, advertí que no me había equivocado del todo, pero que mi acierto era trivial, insignificante: El ‘entrerrianito’ marca una filiación mucho más profunda y plena de poesía; a poco de transitar sus versos se respira una atmósfera con reminiscencias del aire ecuménico de Juan L. Ortiz, se percibe algún acento delicado asimilable a Alfredo Martínez Howard y hasta puede el cuerpo sentirse empapado por “un fresco abrazo de agua” que nombra para siempre a Carlos Mastronardi. Doblada ironía de la modestia, el 'entrerrianito’ apunta la vocación de caminar entre esos grandes entrerrianos, pero sin dejarse llevar por ninguno, porque entre los ecos de esas voces se escucha sin desentonar la voz naciente de Mauro Césari, voz que alcanza un hito mayor en El orégano de las especies.
        ¿El orégano de las especies o el origen de las especias? La presentación, el título de la obra es una heteronimia por paronomasia, vinculación por el sonido de géneros diversos que permanecen distantes y distintos. Esta dualidad apunta a otra, insinuada en el libro anterior, pero protagonista de este: la del ojo y el oído, la dualidad del escritor que hace visible el sonido de las palabras y la dualidad del lector que hace audible (siquiera para sí) el silencio de la escritura, en dos mundos que no alcanzan una síntesis, pero que se modifican constantemente el uno al otro y toman por asalto los otros sentidos. Estos poemas de Césari son declaradamente visuales y sugerentemente orales, una cosa es verlos y otra cosa es oírlos, no son caligramas ni buscan tomar la forma de lo que nombran, recuerdan más bien las experiencias gráficas de Stéphane Mallarmé, y sus poemas hacen evocar formas pictóricas de Paul Klee o Piet Mondrian. En suma, una poesía para ver y escuchar y, sobre todo, leer.