lunes, 29 de junio de 2015

ESPERPENTOS
Esculturas y relieves de Juan Antuña


Esperpentos: los hijos del Patas de Lana

La  historieta, que es lo que resta de la historia luego que se han callado o deformado los nombres y atenuado o alterado algunos énfasis, vale decir, el núcleo esencial de la Historia, esa zona que no frecuenta ningún vencedor, me fue sugerida por una muestra de esculturas y relieves de Juan Antuña. El centro o cabeza de los acontecimientos es el consabido Patas de Lana, también llamado Socio del Silencio, engendrador de inquinas y de infamias, cuyas secretas lacras son la oculta malformación que, cual un populoso retrato de Dorian Gray, hace que el relato histórico ostente una incólume sucesión de gloriosas virtudes y grandezas.

Buchón, Antuña 2015

La historia y el poder han sido siempre sospechados y sospechosos, debido a cierta incongruencia entre la magnanimidad de los héroes históricos  y la cantidad, también histórica, de muerte y miseria multiplicados por aquí y por allá. Parece que fue Goya el primero en llamar esperpentos a estos desatinos de la fuerza, crímenes celebrados como hazañas. Lord Acton, historiador el hombre, vino a darle la razón al pintor y escribió que la historia de la humanidad era en su mayor parte la historia del asesinato en masa y del crimen organizado, por si fuera poco, agregó que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, pero no habló de esperpentos. El que vino a hablar de esperpentos fue otro español, don Ramón  del Valle Inclán, hacedor de radiografías literarias de dictadores y caudillos, inspector de crueldades y corruptelas, y luego de él otros, hasta llegar a Antuña, quien, se me ocurre, desnuda la mecánica de los hechos: el Padre (de la historia o de la patria o de  lo que fuera) no es el padre, sino un intruso, en todo caso un impostor que se suplanta a sí mismo, de ahí que el Gerónimo (él lo escribe con g) que  corta las cabezas de la Hydra, si quiere hacer un buen trabajo ha de terminar autodecapitándose.  Es que pocos son tan sinceros como Calígula, ostentosos distribuidores de dádivas y degüellos, la mayoría tiene por ahí un asistente clandestino o utiliza una máscara piadosa para disimular sus iniquidades.


Gerónimo decapita la Medusa, Antuña 2015

Acton pensaba que eran los historiadores quienes debían publicar las infamias de los pretendidos próceres, fueran de la nación, el partido o la iglesia que fuesen, pero por ese lado no parece que se hayan conseguido la imparcialidad y el rigor moral requeridos y sean los artistas, en su mundo de ficción, quienes divulguen sus anónimos y verdaderos rostros.

Daniel Vera, 2015