viernes, 28 de junio de 2013

SEOR PLUME
Novela
Esteban Zenobi Fabi
Ediciones del Boulevard
170 páginas
Córdoba 2006

(Hace unos años tuve el honor de presentar esta novela. Creo oportuno re-presentarla)


Escribir para vivir
Vivir para escribir
Alimentarme me parece algo por entero superfluo,
inútil, humillante.

Esteban Zenobi Fabi en Seor Plume.

‘Filosofía’ y ‘piratería’ son palabras de origen griego, de esas que abundan en nuestro ADN cultural, en nuestros ‘memes’, según apunta un neologismo; ambas tienen un uso tan amplio como difuso, a punto tal  que resulta problemático asignarles un significado definido, lo cual ha permitido que se solapen en vastas zonas de su aplicación y lo menos que se puede decir de ellas es que han dado cabida a sendos géneros de escritura: tratados (o ensayos) de filosofía y novelas de piratas, géneros cuya ‘struggle for life’, los ha llevado a mezclarse y a engendrar especies mestizas más o menos resistentes a las condiciones ambientales, y así han nacido novelas filosóficas, no siempre felices y ensayos (o tratados) de piratería casi siempre exitosos y, por gracia o por desgracia, no sólo literarios. Esteban Zenobi Fabi ha llevado la experimentación genética, o memética, un paso más allá, y hoy nos presenta una novela, o nouvelle, de piratas filósofos; la metáfora no es inusitada, ya que estaba implícita por ley de simetría en el hábito de los filósofos de abordar los grandes temas con el propósito de apropiárselos. En la Grecia arcaica una hazaña no estaba cumplida y el héroe no alcanzaba la prometida inmortalidad, concebida como perduración en la memoria de su tribu, sino encontraba el poeta de verdad que la cantara en versos indelebles: alethéia, la palabra griega que traducimos por ‘verdad’, quería decir eso: estar a salvo del olvido, ser inmortal, compartir honores, amores y rencores con dioses y diosas. Este argumento, consumado en un principio por la poesía épica y más tarde por las odas olímpicas y píticas y demás, destinadas a celebrar y registrar las victorias de los atletas en los juegos epónimos, no es ajeno a ninguna vocación humana, y por su mesura o desmesura oscila entre lo sublime y lo ridículo, afecta a la santidad y al crimen, a la virtud cardinal y al pecado espléndido, y es el argumento patente de Seor Plume: el capitán pirata Tobías Knife corría el riesgo de que sus tropelías y crueldades no alcanzaran la gloria de las letras y para conjurarlo convocó, o secuestró  o se aprovechó de las circunstancias que arrostraban o arrastraban a un famélico escriba y, a cambio de socorro médico y suministro alimentario, con amenazas y promesas, le impuso a éste el nombre de Seor Plume y la obligación de narrar sus aventuras y las de sus desventurados cómplices, así como el registro de sus ganancias y pérdidas en bienes y vidas. Semejante suma de ambigüedades y equívocos ironiza sobre la suma de ambigüedades y ambivalencias que atañen a la escritura, filosóficamente célebres desde los tiempos de Gorgias y Sócrates, y no dejan a salvo la memoria, escindida en sus sentidos sagrado y comercial entre la gracia, el resentimiento, la redención, la codicia y tantos otros fenómenos memorables. Esta situación abre lo que para mí es el argumento latente, uno de los argumentos latentes, de la nouvelle de Zenobi Fabi: la pregunta por la intención, mejor: por las intenciones, que oculta la expresión ‘escribir para vivir’. “Es triste la vida de un tenedor de libros”, escribió Mark Twain, frase cuyo amargo ingenio trasladó Guillermo Cabrera Infante a esta otra: “Es triste la vida de un escritor de libros”, y siendo como son ambos, dos escritores de muy feliz lectura, felicidad quizás despiadada a la que se aproxima o que alienta la pluma del seor Plume, ensayo una breve exploración de esta metáfora, cuyo acoso acaso no hay escritor que no haya padecido, pasión triste, la de escribir, redimible, sin embargo por la alegría de la acción, en especial por la acción de escribir, que viene de un acto de lectura y va hacia otro acto de lectura.  
            ‘Escribir para vivir’, no tiene ni retiene sólo los diversos usos del verbo escribir, sino también los diversos usos del verbo vivir. Vivir puede significar apenas comer, con esta acepción la expresión en cuestión puede remontare a otra, aquella de Séneca, quien según Borges escribió toda la literatura española anterior a la invención del español, que aconsejaba “primun vivere, deinde philosophare”: primero comer, después filosofar, con lo que sugería los peligros o la mera imposibilidad de filosofar con el estómago vacío y se asimilaba, en este respecto, a la tradición aristotélica, que apuntaba el carácter tardío de la filosofía, cuyo surgimiento no era posible sin haber satisfecho antes las urgencias y los adornos de la vida; esto es: filosofar requiere una libertad de pensamiento de la que no goza aquel que está apremiado por las circunstancias. Pero vivir puede tener un significado mucho más amplio y dar a entender más allá de las actividades impuestas por la subsistencia, lo que podríamos llamar las obligaciones del negocio, las actividades dispuestas para los afanes del ocio, las que constituyen e instituyen el escaso tesoro denominado tiempo libre. En los hechos, sin embargo, las distinciones no son tan claras y muchas veces se confunden, y en el escribir para vivir, entendida la escritura como gesto de libertad, se insinúan o disfrazan los rituales de la sumisión. Esta íntima contradicción (o suma de contradicciones) es una de las claves de Seor Plume, que, dada su complejidad, voy a considerar en un solo aspecto.
            Escribir es, para el escritor, en primera instancia un instinto, una pulsión necesaria para la vida, como el comer, nace de un apetito no deliberado, ajeno, inexplicable. Pero tanto como es relativamente fácil entender la importancia decisiva de comer para nuestro yo, y asumirlo y regularlo, de modo que decir ‘el hombre es lo que come’ no sea índice de una pasión extraña sino de una acción propia, es difícil ver como escribir pueda provocar algo semejante: lo primero que se nos ocurre en contra de una tal suposición es que nadie, ni siquiera un poeta o un filósofo, puede vivir sin comer, en tanto que hay multitudes, y tal vez no sea una desgracia, que pueden vivir sin escribir. Escribir para comer, como tantos hemos hecho y no desdeñamos hacer, es incluir la escritura entre las necesidades de la vida, un gaje del oficio, una obligación más, y aunque pueda suscitar cuestionamientos morales no tiene mayores implicaciones existenciales; pero si con vivir intencionamos algo más que comer, una actividad libre, esta, por definición no puede provenir de un agente extraño sin que este hecho se vuelva existencialmente insostenible: está en juego la propia edificación personal. Decía San Agustín que nadie que obra contra su voluntad obra bien, aunque sea bueno lo que hace, y esto, aplicado al escritor empeñado en su autoría, implica el dominio de su pulsión, su asunción y su regulación, en suma, la apropiación de su deseo: no sólo ser capaz de escribir sino también de dejar de escribir: no escribir para otro, para ser otro o parecerse a otro, sino para ser él y parecerse cada vez más a sí mismo, y eso con el solo instrumento de su escritura, para llegar al término de sus peripecias, que le han costado el alma, parte del cuerpo y mucho de la vida, completo y aún rebosante, autor de su propia novela.

            Esteban Zenobi Fabi ha construido esta figura con excelencia, y en cierto modo, aunque transfigurada por su obra nos ha transferido por un lapso más intenso que extenso aquella pulsión original, y es que no bien comenzamos la lectura de Seor Plume, ya no podemos abandonarla antes del fin, que no entendemos, que no entiendo, como fin, sino como una promesa de nuevas invenciones dejada caer por aquel autor que se encuentra a sí mismo, y hace que lo encontremos escribiendo:”Estoy entero, nada me falta”.  

Daniel  Vera
Córdoba, 2006

sábado, 1 de junio de 2013

CURSO DE LÓGICA CLÁSICA
(desde un punto de vista no clásico)
Jorge Alfredo Roetti
Nestor Osorio (colaborador)
Centro de Estudios Filosóficos y Sociales
Mar de Plata, 2012, 316 páginas.  

El discreto (continuo) encanto (desencanto) de la lógica formal

         Alguien definió la lógica formal como la moral elemental del pensamiento, ya que el razonamiento correcto, si bien no garantiza la verdad,  la cual depende de la materia de los enunciados, asegura la voluntad de no ser falaz en la investigación ni en la exposición de sus resultados. Jorge Alfredo Roetti, uno de los mayores lógicos argentinos, ofrece en este Curso de Lógica clásica (desde un punto de vista no clásico) un cabal ejemplo de rigor científico unido a una implacable honestidad intelectual. El curso, perfectamente descrito por su título, encara la enseñanza de la lógica (que Roetti ha ejercido por más de cuarenta años) con una perspectiva que permite distinguir desde el principio el sector denominado ‘clásico’ o bivalente, de otros desarrollos que diversifican, multiplican o aplican los cálculos de juntores y cuantores (o de proposiciones y predicados, según otra denominación).  Pero la lógica es también una herramienta crítica para desarmar las trampas de la (mala, aunque efectiva) retórica; herramienta que rara vez es usada, pues en el calor de la discusión –en el diálogo erístico, a diferencia del diálogo cooperativo que propone Roetti- el afán de vencer al interlocutor supera al de tener razón; de ahí que el uso de los ejemplos en este texto, especialmente en el análisis de falacias, resulta dos veces ilustrativo, porque al haber sido tomados del debate político presente, revelan lo poco cuidadosos que somos en nuestros argumentos o lo poco razonables que son nuestras adhesiones a tal o cual causa. De mi parte, no creo que la disputa política o ideológica pueda alcanzar siquiera un nivel aceptable de claridad y distinción conceptual y argumental, pero el advertir sus ‘trampas’, no siempre manifiestas en una primera lectura o audición, acaso pueda llevar a disminuir el fragor de las confrontaciones y a intentar el propuesto diálogo cooperativo. Cierro con un poema de Jorge Luis Borges:
LOS CONJURADOS
En el centro de Europa están conspirando.
         El hecho data de 1291.
         Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan diversas religiones y que hablan en diversos idiomas.
         Han tomado la extraña resolución de ser razonables.
         Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades.
         Fueron soldados de la Confederación y después mercenarios, porque eran pobres y tenían el hábito de la guerra y no ignoraban que todas las empresas del hombre son igualmente vanas.
         Fueron Winkelried, que se clava en el pecho las lanzas enemigas para que sus camaradas avancen.
         Son un cirujano, un pastor o un procurador, pero también son Paracelso y Amiel y Jung y Paul Klee.
         En el centro de Europa, en las tierras altas de Europa, crece una torre de razón y de firme fe.
         Los cantones ahora son veintidós. El de Ginebra, el último, es una de mis patrias.
         Mañana serán todo el planeta.
         Acaso lo que digo no es verdadero; ojalá sea profético.
(J. L. B., 1985)



Daniel  Vera, 2013