sábado, 25 de noviembre de 2023

 

Museo de la escritura ¿de Lacan?

 

             Inaugurar un museo es tarea paradójica y compleja, es introducir un servicio para algo anterior que beneficia al presente, de aquello considerado viejo pero que alguna vez fue nuevo, pero que hoy se lo requiere clásico, o por lo menos antiguo, y mostrar así su consonancia con lo actual. No hay entonces más remedio que recurrir a Macedonio Fernández, experto en brindis, que traía a cuento aquella casa de antigüedades, La Moderna, que ofrecía lo más moderno en antigüedades: la modernidad es indispensable para cualquier vejez que no quiera quedar en mero trasto.

Estos Pasajes de Escritura, con que César Mazza ha girado, según indica en el subtítulo, De lo privado a lo público, constituyen o instituyen un museo, o más bien recrean la voz de Museo, hijo de las musas, aedo anterior a Homero cuyos cantos memoriosos precedieron y tal vez preformaron los cantos homéricos, esos cantos, Ilíada y Odisea, que en nuestra tradición cultural marcaron el pasaje de la oralidad a la escritura. La cuestión, ahora, para mí y tal vez para nosotros, es indagar si ese pasaje arcaico de la prehistoria a la historia puede asimilarse al pasaje de lo privado a lo público y, lo que me parece central, es si esa asimilación puede extenderse a un eventual pasaje del (psico)análisis a la literatura, asunto que Mazza deja en lo no dicho, al menos en este libro, pero que está supuesto o sugerido, y no es extraño a su biografía intelectual.

            No es difícil encontrar una familiaridad entre psicoanálisis y literatura, en especial, aunque no exclusivamente, cuando esta adopta la forma de crítica literaria. No han faltado autores que incluyan a William Shakespeare entre los precursores de Sigmund Freud, nombre que no falta en el canon literario occidental de Harold Bloom. No resulta extraño, entonces que Mazza haya recurrido a los Papeles de Recienvenido de Macedonio Fernández para acompañar su labor de Museo, al menos en sus inicios, donde se trata de la recepción del psicoanálisis en Córdoba en los años sesenta del siglo pasado, no sin recordar antecedentes de décadas anteriores. Es preciso mostrar que lo entonces recién venido había sido anunciado, que estaba bien de papeles, y señalar las fases y las frases premonitorias, de lo contrario suele suceder que “si alguien viene de otra parte, hay(a) que asegurarse (de) que se vaya. Vale decir que no produzca nada inquietante, ningún imprevisto o novedad que pueda conmover la rutina de lo establecido” (p-39). En el choque entre la vanguardia y la tradición no debe olvidarse la pretensión a veces tácita de la vanguardia de incorporarse a la tradición o de fundar una nueva tradición ni el reclamo de la tradición de haber sido la vanguardia. Bernardo de Chartres decía estar parado sobre hombros de gigantes, con lo cual se jactaba de mirar más lejos. Se lee en Baltasar Gracián que “Carlos Quinto …acomodó el Non plus ultra de Hércules, quitándole el Non, con que mudó el sentido en mayor gloria suya y dijo Plus ultra “.    

            La literatura aborrece el vacío, rechaza fervientemente la creación a partir de la nada y en medio de la nada, el propio Homero, acabo de decirlo, tuvo necesidad de precursores, y de ahí surge la necesidad de situar sus fenómenos en el espacio y en el tiempo, anotar coincidencias históricas significativas con acontecimientos no literarios, y no eludir las relaciones personales, los medios, los mensajeros que conforman el mensaje mismo del psicoanálisis lacaniano: Germán García, Enrique Vila-Matas, Oscar Masota, Antonio Oviedo, Jacques-Alain Miller…de modo que el Recién Venido se va instalando, cumple el ritual que lo incorpora a la comunidad.

 La palabra no es sólo, como supo decir Ortega y Gasset, la presencia de la ausencia, sino también la unión de lo disperso, la palabra oral y la palabra escrita, con sus similitudes, casi su identidad, y su radical diferencia: Verba volant, scripta manent. Lo oral no tiene en principio otro registro que la memoria, frágil y caprichosa, muchas veces inventiva, la escritura en cambio permanece, es en sí misma un documento, documentar es, en gran medida poner por escrito, lo cual no deja de presentar problemas. Platón defendía la oralidad y criticaba la escritura y sostenía que esta atacaba el entendimiento y la memoria. En el diálogo uno podía siempre preguntar y repreguntar, la interpretación, por decirlo de este modo, acompañaba la exposición. El escrito no daba esa posibilidad, siempre contestaba lo mismo y los hombres librescos no hacían más que repetir lo escrito: es obvio Platón desconocía el genio del lector y no sospechaba que su obra daría lugar a incesantes interpretaciones y daría cada vez una respuesta nueva.

            Por esto y por aquello y porque es poco menos que imposible nombrar a Macedonío sin nombrar a Jorge Luis Borges, cada autor crea sus precursores y ofrece una nueva perspectiva, otra interpretación de la literatura. Por ello es que tienen importancia, están cargados de significado, los nombres de algunos escritores mencionados aquí y allá en vinculación con lo presente: Laurence Sterne, James Joyce, Witold Gombrowicz, otros ilegibles y algunos de sus traductores e intérpretes, parientes y vecinos. Michel Leiris identificaba traducción y metáfora, fenómenos que como los sueños remiten implacablemente a la interpretación, y esos nombres se entrecruzan en la escritura de Jacques Lacan, y ésta queda incluida entre las obras maestras de la lengua escrita, se deja leer también como poesía, adquiere nuevo valor y propone o impone nuevos desafíos.

            La cuestión del valor acaso sirva para traer a cuento algún debate entre teorías económicas, ya que en la página 160 se atribuye al capitalismo considerar que la moneda de cambio vale lo mismo para uno que para otro, sin embargo entre los capitalistas hay quienes sostienen la teoría subjetiva del valor, para quienes lo que hace posible el intercambio de bienes es el diferente valor que tienen para cada uno de los participantes, cada uno tácitamente otorga más valor a lo que recibe que a lo que da. Incluso en el mero cambio de un billete de mil por dos de quinientos, por las razones que sea, cada uno de los implicados aprecia más lo que el otro le ofrece; de no ser así no tendría sentido. Lo mismo ocurre en el intercambio lingüístico, cuando dos hablantes dicen lo mismo hay por lo menos uno que no dice nada, con la discrepancia comienza la conversación, el logos se abre en diálogo. De modo similar se procede en el intercambio entre el autor y el lector, y he ahí el desafío asumido por Mazza, quien convertido de pronto en lector de sus propios escritos, no sin antes señalar la distensión provocada por el humor y la risa, acierta a descubrir que caminando siempre por la misma cuerda o por cuerdas convergentes o por cuerdas d’amore, que vibran por simpatía, “llega imprevistamente a donde no lo imaginaba” y allí espera que otros lo encuentren y es probable que lo encuentren dónde, cuándo y cómo él tampoco alcanza a imaginar.

 

Daniel Vera,

Córdoba, 2023.

 

 

Sólo traducciones

 

            La lectura del número 11 de Exordio ha incitado algunos demonios con este asunto de la traducción, propiamente los ha hecho salir, acaso haya sido un exorcismo, pero no descarto la posibilidad de que se trate de una diablura más, una asociación ilícita, diría Yasukawa (pronúnciese iascaua). En primer lugar, me trajo el recuerdo de una anécdota que me refirió, allá por los años 80, el profesor López Legazpi, quien era vecino de un zapatero remendón que tenía un llamativo hobby: leía a Hegel y tenía en un estante ordenada toda la obra del filósofo alemán traducida al castellano. Un día, don Jaime, que así se llamaba el artesano, enterado de la profesión de mi colega, lo interpeló de la siguiente manera: “Usted profesor puede brindarme una gran ayuda, digame, ¿de qué habla Hegel?”. En el momento no fui más allá de la jocosidad, acaso inapropiada, pero poco a poco fui viendo que la pregunta podía generalizarse, tanto por el lado del sujeto como por el lado del objeto. Un lector desprevenido, podría preguntar, con perdón de los presentes, ¿de qué habla Lacan?, y todavía más, ya con cierta inquietud filosófica, cualquiera podría preguntar de qué habla cualquier otro, incluso cuando escucha trivialidades como ‘el cielo es azul’ y de lejos Argensola o Goyeneche le cantan que no es cielo ni es azul. Quiero decir, no se trata de entender, uno puede entender perfectamente lo que alguien dice, pero no saber de qué habla: es más, diría que es lo que habitualmente pasa: si alguien señala algo, ‘eso es una mesa’ y lo entendemos, en rigor no sabemos cuáles son sus sensaciones y sus conceptos, si es que los tiene o si es una mera máquina replicante. Sin embargo, nuestras conductas se adecuan perfectamente, a tal punto que algunos filósofos tuvieron que ofrecer a Dios como garantía de la comunicación interpersonal que de hecho se daba a despecho del derecho, llegando alguno a postular que no hay ningún contacto entre nosotros y todo ocurre o parece ocurrir debido a una armonía preestablecida de nuestras apercepciones. El tema es un clásico de la filosofía, y se relaciona con lo que en filosofía del lenguaje se conoce como inescrutabilidad de la referencia. En suma, no podemos salir de nosotros y ver cómo son las cosas cuando no las vemos ni las pensamos y comprobar si coinciden con lo que, aparte de nosotros, los demás ven o piensan cuando hablan de ellas.

 El caso, o mejor, los casos están vinculados con aquello de Nietzsche: no hay hechos, sólo interpretaciones, que yo entiendo como un eco de la inaccesibilidad de la cosa en sí sancionada por Kant, eco aún más lejano de Pirrón: la miel parece dulce en mi boca, pero ignoro si en sí misma es dulce. La palabra interpretación ha sido puesta por Donald Davidson en el centro de su filosofía del lenguaje donde discute con su maestro, Herbert van Orman Quine. Quine es autor de un célebre artículo sobre la traducción radical, en el cual se presenta la situación que entre dos hablantes ninguno de los cuales tiene noción de la lengua o la cultura del otro y entre los cuales, es manifiesta la imposibilidad de escrutar la referencia. No es fácil, no sé si es posible, encontrar una primacía entre interpretación y traducción, ¿interpretamos para traducir o traducimos para interpretar? ¿El huevo o la gallina? Y en ese punto exacto de mis asociaciones se produjo la revelación, o si prefieren decirlo así: el apocalipsis: no hay originales, sólo traducciones.

Que no hay hechos, sino interpretaciones, dice que lo que se entiende por hecho se entiende dentro de una interpretación. Que el cielo es azul es un hecho dentro de algunas interpretaciones, no de todas. Lo que Nietzsche señalaba es que nuestro cuerpo es un conjunto de sensores que interpretan lo que está ahí afuera como colores, sonidos, olores, sabores, calor, frío, algunos agradables, otros desagradables, algunos benéficos, otros peligrosos, pero hemos aprendido que con otros sensores pueden percibirse de otra manera, ondas, reacciones químicas, etcétera, lo que ha llevado a algunos a afirmar que el mundo está en el cerebro, ya que no sabemos si hay efectivamente un mundo, si el orden o el desorden que ‘encontramos’ es un orden o un desorden aparte de nuestras comodidades intelectuales, emocionales y prácticas. De alguna manera, nuestro cuerpo ‘traduce’ lo que recibe a sus propios términos, lo vuelve fenoménicamente inteligible, aunque sin garantías (sin garantías filosóficas, se entiende). Ahora bien, el lenguaje permite comunicar el orden y el desorden del mundo, lo que es beneficioso o perjudicial, y para hacerlo debe pasar por un proceso de aprendizaje que se deja describir como una traducción radical, ya que un infante que aprende a hablar tiene que aprender a conformar su conducta, en especial su conducta lingüística, a la de sus mayores, sin conocimiento previo del lenguaje y la cultura en los que está siendo iniciado, movimiento complejo, ya que requiere ‘traducir’ lo que otros le dicen a sus propios términos, en principio a sus sensaciones y movimientos, y más tarde a un creciente vocabulario y a una sintaxis en perpetua elaboración,  de los que paulatinamente se va apropiando. Un antiguo pedagogo llamaría a eso asimilar las enseñanzas, hacerlas similares a sí mismo, hasta saber expresarlas con otras palabras o en otro orden y no limitarse a repetirlas como un loro, sino a entenderlas, es decir, a traducirlas.

Así las cosas, el ‘primer’ traductor es el autor, quien busca la palabra justa y selecciona la ausencia o la presencia de símbolos ortográficos, a veces confiando en intuiciones o reflejos, otras veces dejando las cosas al azar y en ocasiones de manera reflexiva, acaso con decisiones más o menos arbitrarias sobre el léxico y la sintaxis, ya sea en busca de efectos sobre el lector o en obediencia a recónditas necesidades. Luego están los lectores, que buscan ‘traducir’ el texto del autor de la manera más fiel, sea abandonándose al flujo de la escritura, sea buscando o indagando las razones de las decisiones estilísticas, pocas veces conscientes de que están operando sobre la traducción de una traducción que se sumerge en una tradición indefinida de traducciones. Relacionados con estas tareas de autores y lectores traductores aparecen en Exordio, entre otros nombres, los nombres de Antonio Oviedo, cuyo discurso, como el de los alquimistas, suele ser seductoramente impenetrable, protector acaso de una intimidad poco dispuesta a dejarse violar por algún tipo de espionaje, y de Witold Grombowicz, y su bicéfala relación entre el polaco y el castellano, que me ha llevado a preguntar: ¿Es Ferdydurke, publicado por su autor en un extraño español, una traducción del polaco o es el ‘original’ polaco la traducción de un español vacilante, de un polañol o españolaco?

Brusca interrupción. A partir de aquí se multiplican las preguntas, tanto aguas arriba como aguas abajo, para lo que resta acaso pueda valer como síntesis un poema que escribí, o traduje, hace unos cuarenta años, poema colateral, hasta por el título:

Marginalia

La marca del lector, margen escrito

Con interpretaciones y preguntas.

Discrepancias, recuerdos, sugerencias.

El texto, sin embargo, substraído.

Comentarios de páginas en blanco

Es todo lo que queda del discurso,

Del flujo y el reflujo de las cosas.

 

El vacío insensato, consentido

Por vagas referencias al enigma:

¿Hubo alguna vez márgenes adentro

Palabras, escritura, soportando

La arquitectura lógica del diálogo?

¿O fueron siempre frases liminares

Cercando la cadencia del silencio?

 

Daniel Vera.

Córdoba 2023.

lunes, 8 de mayo de 2023

 

Una amenaza a la inteligencia

(La Voz del Interior, 7 de mayo de 2023)

 

            Se supone que los seres humanos son naturalmente inteligentes, con sus excepciones, claro está, entre las que se acostumbra contar a los que repiten consignas distintas de las propias, siempre tan claras y distintas. Una característica de la inteligencia es la capacidad de sus sujetos para diseñar procedimientos y herramientas cuyo uso puede ser transmitido mediante un entrenamiento adecuado: lo que suele llamarse educación. Estos artificios y artefactos agregan a las cualidades supuestamente naturales un mayor poder: multiplican la fuerza, la velocidad, la altura, la visión, etcétera, y en su extremo multiplican la inteligencia. No siempre, o casi nunca, un nuevo ingenio, cualquiera sea su área de aplicación, es recibido con el general beneplácito, porque su introducción cambia las costumbres, altera el statu quo y da origen a nuevas jerarquías y pone fin a ocupaciones consuetudinarias, por ejemplo, ya no es necesario un grandote para mover grandes pesos ni un chasqui para llevar el correo, pero los que suelen desatar el mayor escándalo son aquellos inventos que amplían la inteligencia, sea porque resuelven problemas en menos tiempo o porque incrementan la memoria o tienen mayor combinatoria o consumen menos recursos…

            La escritura, y su más notoria consecuencia, el libro, entre los cuales nos movemos (o nos movíamos) con la mayor ‘naturalidad’ difícilmente puedan ser vistas por nosotros como ‘inteligencia artificial’ y mucho menos como una amenaza a la inteligencia, es más entre nuestros prejuicios figura considerar el alfabetismo como una medida de inteligencia, lo cual puede ser culturalmente cierto, porque da medios aptos para desenvolverse mejor en un contexto histórico determinado, pero es naturalmente falso: los que inventaron la escritura no sabían escribir, pero se dieron maña para hacerlo. Sin embargo, cuando los griegos se alfabetizaron y surgieron sus primeros libros la escritura fue duramente criticada; en rigor, antes de eso, ya Homero (posiblemente un tardío Homero) había deslizado la sospecha de que la escritura era portadora de muerte, según se puede apreciar en los versos dedicados a Belerofonte. Quizás los rapsodas sospechaban que la escritura haría innecesaria su voz y su memoria para repetir generación tras generación el mito fundacional de Grecia, por mucho que durante siglos los poemas homéricos, en su forma escrita, continuaran siendo parte imprescindible de la educación y todavía hoy sean centrales en la cultura universal.

            Fue Platón, por boca de Sócrates, y por lo tanto es imposible saber cuanta ironía hay en esas líneas de su diálogo Fedro, quien lanzó toda una artillería contra los escritos: A unos les es dado crear un arte, a otros juzgar qué de daño o provecho aporta a los que pretenden hacer uso de él. Y ahora tú, precisamente, padre que eres de las letras, por apego a ellas, les atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es obvio lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos. No es, pues, un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino un simple recordatorio. Apariencia de sabiduría es lo que proporciona a tus alumnos, que no verdad. Porque habiendo oído muchas cosas sin aprenderlas, parecerá que tienen muchos conocimientos, siendo, al contario, en la mayoría de los casos, totalmente ignorantes, y difíciles, además, de tratar porque han acabado por convertirse en sabios aparentes en lugar de sabios de verdad. A esto agregaba que a las letras no se les podía preguntar, pues respondían siempre los mismo, y no era posible saber si el que contestaba era el autor del escrito, etcétera. Sin embargo, Platón escribió mucho y bien, pero no puede decirse que sus libros le repitan lo mismo a todos sus lectores, pues la disputa en torno a la interpretación de su obra es acaso interminable. Dada la forma dialógica que eligió para expresarse es posible sugerir que lo hizo porque esa forma es la que mejor imita una conversación (aunque también vituperaba las imitaciones) y estaba destinada a curiosos entre los que podría haber aspirantes a la sabiduría, filósofos, que siguiendo esa vía y pasando algunos exámenes formales (o informales, como los que tomaba Sócrates) podrían llegar a participar en la conversación de los sabios.

            En estos días leo el debate abierto sobre la Inteligencia Artificial, en rigor sobre unos autómatas conversacionales que sería difícil distinguir de hablantes auténticos y no sobre la inmensa y diseminada inteligencia artificial con la que nos ayudamos cada día y con la que a veces tropezamos, sean libros, cajas registradoras, motores de ajedrez, cuentas bancarias, teléfonos, etcétera. Ante algunas respuestas que se ofrecen, y como este fenómeno es una lejana consecuencia de aquel denunciado por Platón, ya que sería irrisorio pretender que la IA es producto de iletrados, queda la alternativa de suponer que, entendido literalmente, el ataque del pensador griego a la escritura o bien estaba equivocado o bien era acertado y ahora, por fin, se pudrió todo.

 

Daniel Vera.

Córdoba, 2023.

martes, 30 de agosto de 2022

 

Osvaldo Manuel Bazán: MAESTRO DE LAS CASILLAS REALES

Edición, compilación y estudio introductorio por Esteban Spontón

Córdoba, 2021, 228 pp.

 

Jaque al olvido



 

            El ajedrez es, acaso, el juego con más leyendas tejidas alrededor de su historia, rebosante como pocas de personas y personajes legendarios. Persona y personaje a la vez anduvo entre nosotros Osvaldo Manuel Bazán (1934-1997), aprendiz constante y, por lo tanto, maestro infatigable, siempre dispuesto a investigar un problema desde el punto mismo en que le era planteado, por elemental que ese planteo pudiera parecer. Por su talento ajedrecístico y su bonhomía, era inevitable un monumento a su memoria surgido precisamente de la memoria de quienes lo conocieron y disfrutaron (y a veces padecieron) de su generosidad. Esteban Spontón, ajedrecista con una vocación filosófica que lo ha llevado a investigar las condiciones y las implicaciones del juego que práctica y sus raíces existenciales, ha presentado ese homenaje en forma de libro: Osvaldo Manuel Bazán: MAESTRO DE LAS CASILLAS REALES. La obra rebosa calidez, e incluye lecciones de Bazán sobre ese modelo de teoría y práctica del ajedrez.

 

Daniel Vera, 2022

lunes, 15 de agosto de 2022

 


El libro de un escultor

 

            Lugar común de alguna crítica era decir que un poeta había cincelado un soneto, figura escultural que se ofrendaba a la eternidad, frase que hoy no pasa de ser un elogio retórico y vacío. Hay escultores, sin embargo, que son poetas del espacio, cuyas figuras tienden a abrazar el universo y otorgan perennidad a la profundidad del instante, entre los que se cuenta, sin lugar a dudas, Guillermo Lotz, quien se define a sí mismo como un hacedor de metáforas; largo sería enumerar sus obras, enfrentar sus secretos y detenerse en la interpretación de sus sueños, a los que alude como falacias, quizás porque su apariencia engañosa o fraudulenta, esconde preciosas revelaciones, incesantes apocalipsis; pero gran parte de esa tarea puede ser resumida con una invitación a leer, o mejor: a contemplar Por amor al arte, el libro de Guillermo Lotz.

            He dicho libro, acaso guiado o desviado, por los créditos editoriales, Córdoba, 2020, todos atribuidos a Guillermo Lotz, con la coordinación de Myriam Delgado y una variedad de agradecimientos, pero el cuerpo de sus páginas, sabiamente ilustradas, que guían la mirada de una luz a otra, mediante fotografías, textos y dibujos, sugiere la mano precisa de un escultor. He ahí, en esa coincidencia de formas y de materias, una continuidad del arte y del artista. Aparte, la imposibilidad de pretender siquiera una glosa o una interpretación, porque como se señala en las primeras líneas del texto fijado en la contratapa: “Nadie sabe la sed con que otro bebe”. 

 

Daniel Vera, 2022


miércoles, 29 de junio de 2022



Tres (o cuatro) libros del Viejo Vega


I

El Viejo sabe por viejo, pero más sabe por diablo

(Anti refrán)

 

El Viejo Vega, Sebastián para los amigos, no es tan viejo como llegará a ser, pero no carece de talento para las diabluras. A diferencia de la lógica simbólica, enredada en los celestiales círculos del silogismo, con los cuales se pretende demostrar lo que de antemano se cree saber, la lógica diabólica se disemina en infernales laberintos dialógicos, donde se pierde la certeza para encontrar la imaginación, cuyo único axioma afirma que esto, cualquier hecho o circunstancia, podría ser efecto de muy diversas causas y describirse de manera totalmente distinta. De ahí que NI (Remitente Patagonia, Trelew, 2020, 82 pp.) complete su título con dos afirmaciones anti-poesía y anti-filosofía, y nos deje con algunas preguntas: ¿es, por una parte, antipoético y por otra parte, anti-filosófico? ¿no es juntamente ni antipoético ni anti-filosófico? ¿No es ni poesía ni filosofía? Ni, en japonés (y esto olvida señalarlo el prologuista) es , pero también es , el número 2 en la escritura tradicional, y decía Leopoldo Marechal que con el número dos nace la pena. Es un número diabólico, para el poeta, porque lo separa de su amor: no somos uno tú y yo, y es diabólico para el filósofo, porque le advierte que hay otra razón, tal vez otras razones, además de la suya. Lo quieran o no lo quieran, el poeta y el filósofo tienen que ir al mercado: primum vivere, deinde philosophari (primero comer, después filosofar) o poetizar, y esto disgusta a  los poetas y a los filósofos, acaso porque sus producciones no tienen demasiada demanda o porque hay una oferta desmesurada, o porque no hay transparencia y es un ámbito el que predominan toda suerte de mafias (como solía señalar Paul Feyerabend), lo que en la jerga filosófica se denominan escuelas o corrientes, que desaniman a los cazadores solitarios; cualquiera sea el caso, lo cierto es que tantos unos como otros tienen sus competencias, y sea de su profesión o de alguna profesión alternativa comen lo suficiente como para filosofar o poetizar. Pero también hay trampa en esto de ir contra la poesía o contra la filosofía: ¿Quién se declararía anti-poeta a no ser un poeta? ¿Quién se declararía anti-filósofo a no ser un filósofo? En general, lo que disgusta a estos y aquellos es la poesía o la filosofía del otro, o de los otros: ya Platón quería ser, además de filósofo de verdad, autor de tragedias y comedias, es decir poeta, pero autor de tragedias y comedias de verdad, poeta de verdad, no esas torpes criaturas mentirosas que eran sus dramáticos contemporáneos. Sin embargo, tal vez logró, en esos diálogos que se llaman socráticos o aporéticos, no ser filósofo ni poeta, no escribir ni tragedias ni comedias, dejando al lector en la tensión, diríase la incertidumbre, de las razones confrontadas. En algunos momentos, pese al carácter polémico de estos escritos del Viejo Vega, impuestos desde la dedicatoria de un sello partidario, pueden encontrarse esos detalles en los que el diablo ha metido la cola y nos dejan elementos, metafóricos alimentos, para rumiar más allá de cualquier alineación o alienación.   

 

 

 

II

 

Una lengua no basta

Ezra Pound

 

Engañoso es, quizás, el título de este libro: Dispersos y fugaces (Remitente Patagonia, 2017, 88 pp.), que bien podría llamarse Reunidos y perennes, y cuyo motto y alguna frase del prólogo parecen convenir a NI, lo cual diría una vez más que no siempre el orden de los factores altera el producto y que, por esos caprichos del lenguaje, lo que se dice de uno se dice de muchos y, por tanto, lo que no es el caso en una ocasión lo es en otra. Así, Hernán Bergara sentencia que este volumen no tiene lomo, pero lo tiene, y no lo tiene aquel que vino después, con lo cual acierta la cita de Ludwig Wittgenstein que preside estos textos: todo aquello que en general podemos describir, podría ser de otra manera (la cita original está en alemán).

Se entiende, se siente, que el Viejo Vega ha sentido, ha entendido, que una lengua no basta, que tal vez ni siquiera todas juntas alcancen para satisfacer las incógnitas de una metáfora, que la mudanza de una lengua a otra introduce nuevas oposiciones, nuevos matices. Alguna vez leí que el amor no se hace igual en un idioma que en otro: el universo de las palabras sobre determina el universo de las cosas, pero no desnuda su intimidad. Los múltiples universos verbales son incapaces de decir si hay uno o varios universos de cosas o si, tal cual afirmaba Leibniz, hay un solo y continuo universo infinito que se multiplica en infinitos universos.

            El lector presumirá al
comienzo que se trata de versiones en distintos idiomas de un mismo texto, pero
pronto advertirá que no se puede sacar a relucir ese ‘mismo texto’, que sólo
dispone de la factura en castellano, que se supone original, acompañada por
aquellas otras en inglés, en francés y en italiano. Si se le ocurre volver por
su cuenta de alguna de estas a la primera, difícilmente llegará a las mismas
palabras. Si por algún azar lo lograra, podría anotar ese hecho junto con el
relato acerca de la traducción de la Biblia (βιβλία, libros) al griego: en Alejandría
se encomendó la
tarea a setenta sabios, cada uno de los cuales trabajó solo, y cuando
presentaron sus trabajos para ser evaluados, los jueces se dieron con que las
setenta versiones coincidían entre sí letra por letra,
 lo que algunos tomaron como prueba de su corrección (y de la sacralidad de los libros). 
               En la página 84, después del índice, se agrega un poema () en japonés, 
del cual aquí se ofrece una versión libre en castellano, 
derivada de una lectura de Hikari, que lee japonés:   

Nieve profunda
Quita pasos al tiempo.
Pasión recuerda
Un nombre de mujer.
Habrá verano
Otra vez cuando en sol
Regrese a ser nacido.
 
 
 
  
 
III
 
Nuestro concepto de Dios, ¿es acaso algo más que la personificación de lo incomprensible?
Georg Lichtenberg
 
 
               Apología o anacronismo, la teología negativa, llamada apofática, no pretende decir lo que Dios
 es, tarea considerada imposible, pero si señalar puntillosamente lo que no es. 
Sorprende entonces del título de Apología y anacronismo apofático aplicado a un libro del Viejo Vega,
 porque no ejerce formalmente como teólogo, aunque como todos o casi todos tenga sus 
opiniones acerca de Dios y los demás dioses. Además, entre los objetos (o sujetos) de sus ensayos, 
al parecer no aptos para menores y militantes, se declaran las políticas de género, 
la filosofía, el psicoanálisis y la educación, y no la más divina de las ciencias;
 se debe suponer, entonces que como Dios está en todas partes o todo está lleno dioses 
o Dios es directamente todo, estas palabras atañen a la divinidad, aunque posiblemente
 en razón de aquella afirmación de Jenófanes de que los hombres inventaron dioses parecidos a ellos, 
o según la expresión de Lichtenberg, el hombre ha hecho un Dios a su imagen y semejanza, 
el sujeto (objeto) de la investigación sería el hombre, con lo que la teología devendría una variedad 
de la antropología, y viceversa, por lo que el ejercicio de leer a Vega nos introduce en una antropología
 negativa, en la que no se arroga la facultad de decir lo que el hombre es, trampa con la cual 
algunos humanismos suelen poner fuera de la humanidad a la mayoría de los seres humanos, 
sino intentar alguno de los infinitos caminos que se abren con la negación; y esto es así, porque 
la afirmación excluye mucho más que la negación: Si dice que el hombre es blanco, 
se dice que no es negro, ni amarillo, ni colorado, ni (¿viejo?) verde ni de ningún otro color, 
pero si se agrega la negación, y se dice que no es blanco ni negro ni amarillo ni de ningún otro color
 ni tampoco incoloro, acaso se vislumbre la humanidad. Si como se dice que dijo famosamente 
Terencio: homo sumhumani nihil a me alienum puto, ninguna cuestión quedaría aparte de 
la humana ignorancia, que es el principio del saber, y cualquier enredo o malentendido 
o desentendido puede ser tomado como objeto o sujeto o hipotético término hacia el cual 
ir desbrozando el camino. El ser colaborador en algún texto o aparecer en la dedicatoria, 
quizás no ofrezca una clave para la comprensión del conjunto, pero agrega sabor a un libro de por sí 
suculento en intrigas.
 
 
IV
 
¿y nadir? ¿y cenit? ¿y Daniel Vera?
D.V.
Largo título HSÍN LÍMITƎ(x)S. DANIEL VERA [Filósofo, poeta y maratonista], y además 
un par adiciones OTAMINONA, por Julio Cabrera, y Postfacio, por Daniel Vera, Alción Editora, 
Córdoba 2021, 232 pp., por lo que me cabe decir muy poco: como Heráclito, (fr. 101) me he buscado
 a mí mismo, y está a la vista otros también me han buscado. Queda agradecer la generosidad
 del Viejo Vega y de Julio Cabrera por dar a conocer los resultados de su busca 
y colaborar así con la mía.
 
 
Daniel Vera, 2022
 
 
 

martes, 27 de abril de 2021

 


Introduction to a negative approach to argumentation.



(Segunda parte)

¿El triunfo de la voluntad?

 

            Los capítulos 5 y 6 me han admirado y demorado. Admirado por la precisión con que son planteadas y resueltas las cuestiones considerando detalles esenciales. Demorado, porque no quiero avanzar en la lectura antes de proceder con las figuras que han provocado en relación con algunos puntos de vista que he mantenido en el pasado. La primera es respecto a las expresiones ‘rey filósofo’ (Platón), ‘reina de las ciencias’ (Aristóteles), ‘sierva de la teología’ (escolástica), ‘auxiliar de la ciencia’ (positivismo lógico, filosofía analítica), ‘acomodador de la cultura’ (Habermas), y reflexiones sobre algunas ideas de Popper y Savater, entre otros, especialmente la Apología del Sofista, de este último; esto es: la autoridad de la filosofía frente al resto de la cultura y el poder necesario para hacer valer esa autoridad.

            En los capítulos susodichos se muestra con la requerida claridad que ningún filósofo acepta la descripción de su pensamiento en los términos de otro pensador y en caso de describir las filosofías ajenas coinciden en hacerlo en sus propios términos, por lo que la segunda figura me lleva a un seminario que conduje sobre el texto de Clausewitz sobre la guerra, en particular sobre su conocida afirmación: “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, donde la finalidad política (y militar) de un grupo o nación es lograr que otro grupo o nación (adversario o enemigo) acepte los términos que le son propuestos (es decir, ‘se rindan’, como hacían los rivales de Sócrates, que no eran convencidos sino desanimados o cansados o emborrachados, como se muestra ejemplarmente en el Symposium).

            Mis ideas se articularían de la siguiente manera: en vista de los diálogos socráticos, podemos decir que Platón sabía que el debate teórico no es concluyente pero su mayor aspiración era imponer sus ideas, para lo cual no desdeñaba la política, ni la guerra, y en su sublimación ideológica (Politeia, traducida con título hoy engañoso como República) hace surgir al rey filósofo de la casta de los guerreros, que sería como egresado del colegio militar y sus funciones se asimilan a las del comandante en jefe. Eso ha llevado a Popper y otros a ver en Platón un precursor de las modernas dictaduras socialistas, donde se tiene por verdadera la filosofía marxista y se persigue cualquier disidencia, lo cual, por otra parte, no es extraño a ningún régimen totalitario, incluidas las teocracias, donde se busca ex-terminar (poner fuera de término) a todo aquel que se aparte de la verdadera religión, sean herejes, gentiles o paganos. Aristóteles, en apariencia más modesto y menos dispuesto a asumir la jefatura de un partido, no resignaba sin embargo su ambición de influir en el conjunto de la sociedad, pero para ello eligió el camino más sutil de asignar a la filosofía los ministerios de educación, adoctrinamiento y propaganda, pues como reina era la encargada de fijar los rangos de cada una de las actividades implicadas. Luego, están aquellas figuras en las que la filosofía no parece mandar, sino más bien ocupar un puesto servil; pero si se analiza su función se ve como se encuentra en el centro de las decisiones: la teología es la reina, pero la filosofía se encarga de informar cuál es la verdadera teología, o bien las ciencias ocupan el tope de la pirámide, pero la filosofía se encarga de determinar cuáles enunciados son científicos y cuáles no, y en el marco de la acción comunicativa el acomodador señala a cada participante su lugar en el conjunto.

            De ahí paso al problema de Savater, si debe o no haber una filosofía oficial. No tengo presente el planteo original, más o menos le reconstruyo así: las respuestas afirmativas están dadas en primer lugar por socialismo y su entronización de la filosofía marxista, en segundo lugar, el franquismo y otras variantes fascistas o filo fascistas (incluido el primer peronismo) adoptaron la escolástica, en cuanto al nazismo, es obvio, al menos que una rama de la fenomenología intentó darle sustento filosófico, por último corrientes de inspiración kantiana, junto con el empirio criticismo, el positivismo lógico, la filosofía analítica, etcétera, han tratado de vincularse con las democracias liberales o republicanas, pero sin mayor éxito. Esto apunta a la respuesta negativa que sería la apropiada para estas sociedades, pluralistas por definición, donde el debate filosófico, aunque inefectivo en lo inmediato, sería campo para el ejercicio pleno de la libertad de pensamiento.

            Quedan pendientes los asuntos prácticos y las acciones colectivas, la construcción de autoridades y limitación de poderes, etcétera. De tu libro (lo hasta aquí leído) se infiere que no hay racionalidad alguna que pueda ofrecer una respuesta definitiva, pero no excluye respuestas razonables (si es que hay suficiente ánimo para razonar). El riesgo, (además de la fuerza, capaz de interrumpir cualquier discusión), lo constituiría el ámbito de los discursos persuasivos, la retórica, la palabra que no busca asentar una tesis sino conquistar una voluntad. Por ejemplo, no se trata de ser inocente, sino de convencer al juez de que uno es inocente, no se trata de un crimen: es la solución final. De ahí que haya puesto como título ¿aunque entre signos de interrogación?, el de una película de la controvertida Leni Riefenstahl. Para Kant no había nada mejor que la buena voluntad, yo desconfío, no sólo aprendí (con Bertrand Russell) el daño que la buena gente puede hacer, y entendí lo del camino del infierno empedrado con buenas intenciones, sino que hace cerca de cuarenta años me invitaron a un panel sobre filosofía y política; mi presentación (perdida) se tituló C’est avec les bons sentiments qu’on fait de la mauvaise politique. Nunca más me invitaron.

 

Daniel Vera, 2021