jueves, 28 de marzo de 2013

COMIENZA EL ECLIPSE
Nouvelle
Antonio Oviedo
 Ferreyra Editor
Córdoba 2011, 115 páginas.

El eclipse de la referencia

            Hay un tema de filosofía del lenguaje explorado por Willard van Orman Quine y Donald Davidson que me ha seducido desde que lo encontré, hace ya muchos años: la inescrutabilidad de la referencia, la imposibilidad de regular la relación entre las palabras y las cosas. Podemos entender cabalmente un discurso, inferir sin error a partir de él, y a pesar de eso ignorar con amplitud de qué trata; breve, aunque irónico ejemplo de esa opaca lucidez es el cuento La muerte y la brújula, de Jorge Luis Borges. Pero es la literatura de Antonio Oviedo, poco menos que simultánea en mi experiencia con aquella noción filosófica, la que me ha puesto reiteradamente en la situación de tratar con textos elusivos, que presentan de manera descarada la futilidad de cualquier intento para ir más allá de los signos, o si se prefiere un léxico más solemne: de los símbolos. El lenguaje, en sus usos no metafísicos, es una valiosa herramienta, quizás la más valiosa, para coordinar las acciones humanas destinadas a producir cambios en el universo no lingüístico y en muchos casos la expresión lingüística es en sí misma una acción que produce una diferencia. Es conocida la paradoja de San Agustín respecto al tiempo: “mientras no me preguntan que es el tiempo, sé lo que es; cuando me lo preguntan, ya no lo sé”; conjeturo que la proposición es universalizable, o poco menos, y nos manejamos con soltura y precisión en el dominio que sea, sin sospechar siquiera lo que tocan nuestras herramientas. Pero basta una pequeña reflexión, un breve intervalo en las funciones habituales, un hiato insolente, un momento que en lenguaje wittgensteiniano podríamos llamar ‘filosófico’ para advertir que hemos perdido contacto con el mundo y nuestras palabras giran en el vacío y no hay donde hacer un escrutinio de lo que significan: continuar esa investigación es como proseguir una partida de ajedrez en jaque perpetuo.    
            Antes de encontrarnos en un larifari filosófico desconectado de nuestras prácticas vitales suelen presentarse en el mero mundo empírico situaciones análogas, aunque no idénticas a la inescrutabilidad de la referencia, y estas situaciones abundan cuando se trata de presentar un mundo acorde con alguna filosofía, por torpe y brutal o cruel y refinada que esta pueda ser; entonces la referencia acostumbrada de algunas palabras, esa que nuestra inteligencia atrapa sin necesidad de interrogarse, se diluye. Entonces las cosas y las personas que identificábamos con esos nombres, Silvia  Z, por ejemplo, ya no están más: han desaparecido. Sin embargo no se trata de nada inescrutable: es un eclipse, un drama, una tragedia existencial y política, pero la referencia se puede escrutar, sino directamente, a través de sus efectos y sus relaciones: no todas las fotos han sido destruidas, no todos los recuerdos han sido borrados, quedan ruinas de una casa.
            Los eclipses en la historia de la humanidad tienen connotaciones sombrías, como si la sombra de la tierra en la luna o la sombra de la luna en la tierra se vincularan a un obscuro presagio: “Y acaecerá en aquel día, -dice el señor Jehová-, que haré se ponga el sol al medio día y la tierra cubriré de tinieblas en el día claro. Y tornaré vuestras fiestas en lloro, y todos vuestros cantares en endechas…”(Libro de Amós, capítulo 8, versículos 9 y 10). Nuestra conciencia ilustrada y científica no alcanza a borrar esas asociaciones, aunque a veces las mire con desdeñosa ironía, pero también nos enseña que esa manera negra del eclipse nos permite observar fenómenos que permanecerían ocultos en la claridad cotidiana. A semejanza de un acontecimiento cósmico, Silvia Z., desaparecida tiene una gravedad insospechada, una fuerza que permite seguir, de trecho en trecho su trayectoria, y en la pesquisa de esos pasos revela otros detalles por lo general inadvertidos en el aire diáfano: el azar disfrazado de destino o el destino disfrazado de azar, el frágil límite entre la vigilia y la pesadilla, entre la salud y la enfermedad...
            Comienza el eclipse tiene también un título equívoco, pues el texto que preside es una descripción del paisaje después del eclipse (o casi después del eclipse, la metáfora sugiere pero no define un lapso estricto como el ámbito astronómico), pero en un clima todavía difuso, con unas sombras persistentes, o con el descubrimiento de otros obstáculos que interfieren la trayectoria de la luz y nos impiden alcanzar la ansiada lucidez.    


Daniel Vera
Córdoba 2012

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