Esculturas y relieves de Juan Antuña
Esperpentos:
los hijos del Patas de Lana
La historieta, que es lo que resta de la
historia luego que se han callado o deformado los nombres y atenuado o alterado
algunos énfasis, vale decir, el núcleo esencial de la Historia, esa zona que no
frecuenta ningún vencedor, me fue sugerida por una muestra de esculturas y
relieves de Juan Antuña. El centro o cabeza de los acontecimientos es el
consabido Patas de Lana, también llamado Socio del Silencio, engendrador de
inquinas y de infamias, cuyas secretas lacras son la oculta malformación que,
cual un populoso retrato de Dorian Gray, hace que el relato histórico ostente
una incólume sucesión de gloriosas virtudes y grandezas.
Buchón, Antuña 2015
La
historia y el poder han sido siempre sospechados y sospechosos, debido a cierta
incongruencia entre la magnanimidad de los héroes históricos y la cantidad, también histórica, de muerte y
miseria multiplicados por aquí y por allá. Parece que fue Goya el primero en
llamar esperpentos a estos desatinos de la fuerza, crímenes celebrados como
hazañas. Lord Acton, historiador el hombre, vino a darle la razón al pintor y
escribió que la historia de la humanidad era en su mayor parte la historia del
asesinato en masa y del crimen organizado, por si fuera poco, agregó que el
poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, pero no habló de
esperpentos. El que vino a hablar de esperpentos fue otro español, don Ramón del Valle Inclán, hacedor de radiografías
literarias de dictadores y caudillos, inspector de crueldades y corruptelas, y
luego de él otros, hasta llegar a Antuña, quien, se me ocurre, desnuda la
mecánica de los hechos: el Padre (de la historia o de la patria o de lo que fuera) no es el padre, sino un
intruso, en todo caso un impostor que se suplanta a sí mismo, de ahí que el
Gerónimo (él lo escribe con g) que corta
las cabezas de la Hydra, si quiere hacer un buen trabajo ha de terminar
autodecapitándose. Es que pocos son tan
sinceros como Calígula, ostentosos distribuidores de dádivas y degüellos, la
mayoría tiene por ahí un asistente clandestino o utiliza una máscara piadosa
para disimular sus iniquidades.
Gerónimo decapita la Medusa, Antuña 2015
Acton
pensaba que eran los historiadores quienes debían publicar las infamias de los
pretendidos próceres, fueran de la nación, el partido o la iglesia que fuesen, pero
por ese lado no parece que se hayan conseguido la imparcialidad y el rigor
moral requeridos y sean los artistas, en su mundo de ficción, quienes divulguen
sus anónimos y verdaderos rostros.
Daniel Vera, 2015