Sebastián Vega (el viejo Vega)
Prosa poética. Entre psicoanálisis y filosofía
2015/16
Alción Editora
Córdoba 2018
Prólogo:
Palpa- deo –sin-presión
Se recomienda
leer de arriba hacia abajo y de derecha a izquierda, de manera que los signos
se hagan ilegibles, a menos que se los reordene y reescriba, intervención
retórica de la crítica o intervención crítica de la retórica, porque en idioma
llano el amor es inefable y en alguna encriptada lengua lacaniana la relación
sexual es imposible: imposible, inefable, ilegible, pero la retórica encierra,
y por lo tanto excede (exactamente en una ‘r’), a la erótica, y deja la lengua
libre –y las manos y los ojos y el resto del cuerpo- para el habla, un habla
compleja, que palpa y lee y oye y traduce –traducción, oh Leiris, es metáfora- en escritura, una escritura en la
que el idioma regresa de otro idioma, Japón, las antípodas, chino básico para contestar
a Freud a través de Lacan, hablando en lacanés, todo ello trasladado a la
fértil vega, límpido anagrama de Vega:¿Qué quiere una mujer?, aunque él no dice
anagrama, sino heterónimo, hetero-onoma que se convierte en hetero-nomos para
igualarse a heterónomo: un nombre diverso con una ley diversa, o más próximo al
caso, el mismo nombre regido por una ley ajena. El autor busca lo que busca
todo autor: autonomía, escribir con su propia gramática, aunque en el camino se
vuelva ininteligible, es decir, personal, autónomo, tal vez autista, pero solo
en apariencia, porque va dejando ristras de rastros, migajas de pan como Hansel
y Gretel, una huella de dos para que lleguen a su recóndito sentido a través de
sus sentidos evidentes, a veces con voces claras y transparentes pero
inoculadas con el virus de la ironía; de ahí no hay más que un paso para
avenirse con Foucault, el gran ironista del siglo pasado, pero con la
dificultad de que muchos seguidores o discípulos de Foucault están dispuestos
al pie de la letra, pese a la hache de parrhesia, a decir la verdad, el poder
de la verdad frente a la verdad del poder, curioso ejemplo de ¿identidad de los indiscernibles?, en suma multiplicación de un discurso anti
autoritario sin cuestionar ni por un instante la autoridad de Foucault,
olvidados de Nietzsche, el ironista del siglo diecinueve: si quieres seguirme, no me sigas; si quieres imitarme no me imites, tal
vez acordándose de Hegel cuya Wissenschaft
der logik identifica el ser con la
nada en la intimidad de Dios, lo que si no es ironía es lo que suelen hacer los
intelectuales orgánicos organizados, presumirse protagonistas y voceros de la
historia de la verdad del ser, algo así como los llamados intelectuales K, en
fin, predicadores, variantes de esos escritores apologéticos cuya finalidad
consiste en procurar prosélitos y satanizar a los que no son del palo ni lo
quieren ser, por lo cual oscilan entre la persuasión y la persecución, o
comienzan haciendo aquello y terminan haciendo esto o haciendo que otros lo
hagan: andan con su Suma contra gentiles,
predicando la verdad contra herejes, paganos y otros infieles, y es sabido que no
lejos de Tomás suele estar Silvestre,
resaltando la mayor efectividad de la espada para esas tareas (ecce homo: en mi juventud guiados por una prédica
análoga, censurábamos a Lugones por La
hora de la espada que contribuyó a cercenar la presidencia de Yrigoyen,
pero repetíamos a Mao diciendo que el poder nace del fusil, una diferencia meramente filosófica). La autoría,
entiendo y entiendo que Vega lo presiente, va por otro camino y no trata de propagar una
antigua religión ni de fundar una nueva, pues con ello inmediatamente se
convertiría en heteronomía, atenta a la voluntad de sus ‘maestros’ o de sus
‘discípulos’ y en constante peripecia frente a la ‘doctrina’ y su
interpretación ortodoxa. He puesto esas comillas, porque la maestría, como el
ser, se dice de muchas maneras, entre ellas, la de grado académico, que puede
no ir más allá del reconocimiento institucional y disciplinario (paradoja: abundan
las maestrías foucaultianas), pero la mayor oposición –con o sin título- la
encuentro entre la maestría de aquel con una habilidad sobresaliente en alguna
actividad, por ejemplo: el virtuoso en un arte, y la del pedagogo, el que cumple
con llevar a los niños a la escuela, a
una escuela por lo general ajena. Cuando sucede que alguien me llama maestro sé
que no es por lo primero (soy licenciado y gracias) y quiero creer que es por
lo segundo, en procura de ser el mejor ejemplar de uno mismo haciendo esto o
aquello, y respecto a lo tercero me gustaría aplicarme la sentencia de Luis
Luchi: maestros, no los buscó;
discípulos, no le buscaron a él. Ya lo decía Sartre, en estas cosas, el que
hace la pregunta ya conoce la respuesta; o sabe que cualquier respuesta conduce
inexorablemente a la continuidad de la busca.
Daniel Vera
Córdoba, otoño de 2017