Introduction to a negative approach to argumentation.
(Segunda parte)
¿El triunfo de la voluntad?
Los
capítulos 5 y 6 me han admirado y demorado. Admirado por la precisión con que
son planteadas y resueltas las cuestiones considerando detalles esenciales.
Demorado, porque no quiero avanzar en la lectura antes de proceder con las
figuras que han provocado en relación con algunos puntos de vista que he
mantenido en el pasado. La primera es respecto a las expresiones ‘rey filósofo’
(Platón), ‘reina de las ciencias’ (Aristóteles), ‘sierva de la teología’
(escolástica), ‘auxiliar de la ciencia’ (positivismo lógico, filosofía
analítica), ‘acomodador de la cultura’ (Habermas), y reflexiones sobre algunas ideas
de Popper y Savater, entre otros, especialmente la Apología del Sofista, de
este último; esto es: la autoridad de la filosofía frente al resto de la cultura
y el poder necesario para hacer valer esa autoridad.
En
los capítulos susodichos se muestra con la requerida claridad que ningún
filósofo acepta la descripción de su pensamiento en los términos de otro
pensador y en caso de describir las filosofías ajenas coinciden en hacerlo en
sus propios términos, por lo que la segunda figura me lleva a un seminario que
conduje sobre el texto de Clausewitz sobre la guerra, en particular sobre su
conocida afirmación: “la guerra es la continuación de la política por otros
medios”, donde la finalidad política (y militar) de un grupo o nación es lograr
que otro grupo o nación (adversario o enemigo) acepte los términos que le son propuestos
(es decir, ‘se rindan’, como hacían los rivales de Sócrates, que no eran
convencidos sino desanimados o cansados o emborrachados, como se muestra
ejemplarmente en el Symposium).
Mis
ideas se articularían de la siguiente manera: en vista de los diálogos
socráticos, podemos decir que Platón sabía que el debate teórico no es concluyente
pero su mayor aspiración era imponer sus ideas, para lo cual no desdeñaba la
política, ni la guerra, y en su sublimación ideológica (Politeia,
traducida con título hoy engañoso como República) hace surgir al rey
filósofo de la casta de los guerreros, que sería como egresado del colegio
militar y sus funciones se asimilan a las del comandante en jefe. Eso ha
llevado a Popper y otros a ver en Platón un precursor de las modernas
dictaduras socialistas, donde se tiene por verdadera la filosofía marxista y se
persigue cualquier disidencia, lo cual, por otra parte, no es extraño a ningún
régimen totalitario, incluidas las teocracias, donde se busca ex-terminar
(poner fuera de término) a todo aquel que se aparte de la verdadera religión,
sean herejes, gentiles o paganos. Aristóteles, en apariencia más modesto y
menos dispuesto a asumir la jefatura de un partido, no resignaba sin embargo su
ambición de influir en el conjunto de la sociedad, pero para ello eligió el
camino más sutil de asignar a la filosofía los ministerios de educación,
adoctrinamiento y propaganda, pues como reina era la encargada de fijar los
rangos de cada una de las actividades implicadas. Luego, están aquellas figuras
en las que la filosofía no parece mandar, sino más bien ocupar un puesto
servil; pero si se analiza su función se ve como se encuentra en el centro de
las decisiones: la teología es la reina, pero la filosofía se encarga de
informar cuál es la verdadera teología, o bien las ciencias ocupan el tope de
la pirámide, pero la filosofía se encarga de determinar cuáles enunciados son
científicos y cuáles no, y en el marco de la acción comunicativa el acomodador
señala a cada participante su lugar en el conjunto.
De
ahí paso al problema de Savater, si debe o no haber una filosofía oficial. No
tengo presente el planteo original, más o menos le reconstruyo así: las
respuestas afirmativas están dadas en primer lugar por socialismo y su
entronización de la filosofía marxista, en segundo lugar, el franquismo y otras
variantes fascistas o filo fascistas (incluido el primer peronismo) adoptaron
la escolástica, en cuanto al nazismo, es obvio, al menos que una rama de la
fenomenología intentó darle sustento filosófico, por último corrientes de
inspiración kantiana, junto con el empirio criticismo, el positivismo lógico, la
filosofía analítica, etcétera, han tratado de vincularse con las democracias
liberales o republicanas, pero sin mayor éxito. Esto apunta a la respuesta
negativa que sería la apropiada para estas sociedades, pluralistas por
definición, donde el debate filosófico, aunque inefectivo en lo inmediato,
sería campo para el ejercicio pleno de la libertad de pensamiento.
Quedan
pendientes los asuntos prácticos y las acciones colectivas, la construcción de
autoridades y limitación de poderes, etcétera. De tu libro (lo hasta aquí
leído) se infiere que no hay racionalidad alguna que pueda ofrecer una
respuesta definitiva, pero no excluye respuestas razonables (si es que hay
suficiente ánimo para razonar). El riesgo, (además de la fuerza, capaz de
interrumpir cualquier discusión), lo constituiría el ámbito de los discursos
persuasivos, la retórica, la palabra que no busca asentar una tesis sino
conquistar una voluntad. Por ejemplo, no se trata de ser inocente, sino de
convencer al juez de que uno es inocente, no se trata de un crimen: es la
solución final. De ahí que haya puesto como título ¿aunque entre signos de
interrogación?, el de una película de la controvertida Leni Riefenstahl. Para
Kant no había nada mejor que la buena voluntad, yo desconfío, no sólo aprendí
(con Bertrand Russell) el daño que la buena gente puede hacer, y entendí lo del
camino del infierno empedrado con buenas intenciones, sino que hace cerca de
cuarenta años me invitaron a un panel sobre filosofía y política; mi
presentación (perdida) se tituló C’est avec les bons sentiments qu’on fait
de la mauvaise politique. Nunca más me invitaron.
Daniel Vera, 2021