Julio
Cabrera: filósofo, cordobés y pesimista
“No consigo trabajar
dócilmente en áreas ya constituidas. La filosofía de la lógica fue para mí un
ámbito de discusión de la Lógica Formal en sus pretensiones de decidir acerca
del sentido y validez de discursos filosóficos. La filosofía del lenguaje, una
oportunidad de discutir la hegemonía analítica en esta área y estudiar la
variedad de filosofías del lenguaje (analíticas, hermenéuticas, meta-críticas)
siempre en conflicto mutuo. Mis reflexiones sobre Cine y Filosofía pueden ser
vistas como estudios sobre el lenguaje de imágenes y creación imaginante de
conceptos. La ética, un dominio en donde conseguí desarrollar antiguas
intuiciones acerca de la imposibilidad de la moral, la inmoralidad de la
procreación y una posible moralidad del suicidio. Mis intereses actuales en el
pensamiento latino-americano (o desde América Latina) tratan de ubicar mis
trabajos lógicos y éticos en una dimensión de pensamiento insurgente, contra la
hegemonía del pensamiento euro-centrado en las universidades latino-americanas,
y sobre todo brasileñas.”
Hasta
aquí algo que Cabrera dice de sí y una
lista autorizada de sus libros. Para quien encuentre interés en su pensamiento
puede continuar consultando su blog
filosofojuliocabreraes.blogspot.com/. De mi parte, digo que comenzamos a estudiar filosofía en la UNC allá por 1965 y que lo admiré desde un principio; recuerdo que estaba en clase con un amigo de entonces, Carlos Converso, titiritero en México, según las últimas noticias que tengo, y que lo señalamos y apodamos ‘Cara de genio’; luego nuestro interés común en lógica por una parte, y en literatura por otra, una coyunda no muy frecuente, nos fue aproximando, pero él iba siempre adelante –acaso porque me distraje demasiado con el periodismo, el sindicalismo y la política, o sin acaso simplemente porque él iba adelante-, hasta el punto en que yo recibí mi título de licenciado el mismo año y en el mismo acto de colación de grados en que él obtuvo el suyo de doctor, luego de que hube cursado bajo su dirección un seminario sobre la estética de Wittgenstein, además de haber aprendido en esos años bajo su amistosa guía casi todo lo que sé de música y de cine. Así, para que se comprendan nuestras afinidades y diferencias; luego él conoció la persecución y el exilio, motivados seguramente por la envidia y la originalidad de sus perspectivas, ya que no tenía militancia política alguna. Su carrera académica, y su vida, continuaron en Brasil, mientras yo me fui convenciendo poco a poco de que no quería moverme de aquí ni siquiera transitoriamente: Ach, verglebich das Fahren!
filosofojuliocabreraes.blogspot.com/. De mi parte, digo que comenzamos a estudiar filosofía en la UNC allá por 1965 y que lo admiré desde un principio; recuerdo que estaba en clase con un amigo de entonces, Carlos Converso, titiritero en México, según las últimas noticias que tengo, y que lo señalamos y apodamos ‘Cara de genio’; luego nuestro interés común en lógica por una parte, y en literatura por otra, una coyunda no muy frecuente, nos fue aproximando, pero él iba siempre adelante –acaso porque me distraje demasiado con el periodismo, el sindicalismo y la política, o sin acaso simplemente porque él iba adelante-, hasta el punto en que yo recibí mi título de licenciado el mismo año y en el mismo acto de colación de grados en que él obtuvo el suyo de doctor, luego de que hube cursado bajo su dirección un seminario sobre la estética de Wittgenstein, además de haber aprendido en esos años bajo su amistosa guía casi todo lo que sé de música y de cine. Así, para que se comprendan nuestras afinidades y diferencias; luego él conoció la persecución y el exilio, motivados seguramente por la envidia y la originalidad de sus perspectivas, ya que no tenía militancia política alguna. Su carrera académica, y su vida, continuaron en Brasil, mientras yo me fui convenciendo poco a poco de que no quería moverme de aquí ni siquiera transitoriamente: Ach, verglebich das Fahren!
Debo haber sido algo optimista entonces, porque
sufrí el encanto de la Revolución, pero un optimismo matizado con la lectura
del Cándido de Voltaire y con una
tendencia anti utopista alimentada por George Orwell, Aldous Huxley y Bertrand
Russell, de modo que no faltaron discrepancias entre Cabrera y yo, lo que hacía
entretenidas nuestras conversaciones. Con el tiempo y las magulladuras
históricas advertí que la democracia, sin llegar a ser buena, es un mal menor
frente a cualquier utopía imanente o trascendente, sea para delirar con un
Reich de mil años, con un paraíso terrenal socialista o con la salvación
eterna; puede que esta valoración sea lo que resta de aquel precario de
optimismo. Eso sí, siempre me gustó vivir, y me gusta todavía, y nunca me
pregunté si eso era bueno o era malo, acaso peco de frívolo porque la
tematización de la ética más allá de la lógica deóntica me ha sido
particularmente esquiva. Pero quiero quedarme con un corolario del pensamiento
cabrío en su diálogo con Dussel: el pesimismo no es revolucionario. Pero,
agrego, tampoco es depresivo, de ahí que en mi agenda el suicidio es un acto
optimista que se comete con la convicción de terminar con un mal, sea personal,
social o ultramundano, lo mismo que el fin del mundo y el juicio final implican
la esperanza de acabar definitivamente con el mal o mejor, con el Mal.
En mi peronismo, no he dejado de sentirme un paria
intelectual, por no anhelar un pensamiento nacional o una llamada filosofía o
teología de la liberación: cada uno piensa donde está, con lo que tiene y como
puede, desconfiando –si se aprecia pensar, se tiene que ser desconfiado- de
quienes pretenden ayudar a pensar, porque estos ‘ayudantes’ por lo general
quieren hacerte el bocho, es decir, suprimir o limitar cualquier asomo de pensamiento
personal. De ahí que me parezcan de suma importancia las ideas de Cabrera a
este respecto: ni lo europeo es universal ni lo brasileño (o lo argentino) es
nacional. Apuesto un poco más, fuera de algunas convenciones estatales, la
nacionalidad se diluye en multitud de figuras en la que confluyen azarosamente
líneas provenientes de las más diversas direcciones y la universalidad, si es
algo, es la capacidad de asimilar (luego de haber devorado, según lo quieren
Cabrera y Oswald de Andrade) y potenciar esas líneas en creaciones e
invenciones inéditas. Que uno de los efectos de la enseñanza institucional de
la filosofía es mitigar estos efectos insurgentes no es un fenómeno local y se
manifestaba ya en una carta de Hegel a un ministro de educación donde anotaba
que la incorporación de la filosofía en el Gymnasium,
apartaría a los jóvenes de escabrosas cuestiones como la existencia de Dios, el
alma, la libertad, etcétera. Latente está en esas palabras la aspiración
totalitaria de utilizar las escuelas, colegios y universidades para enseñar la
‘Verdadera Filosofía’, aspiración que con mayor o menor énfasis se esconde en
todo programa de pensamiento hegemónico u orgánico; por el contrario, puede
decirse que si dos personas piensan lo mismo, hay por lo menos una que no
piensa. Encuentro en Cabrera esta celebración de la diversidad, y la celebro,
no porque propendan a una liberación tutelada, sino porque afirman esa elusiva
noción denominada libertad: sapere aude!
Daniel Vera
Córdoba,
2017