El libro de un escultor
Lugar
común de alguna crítica era decir que un poeta había cincelado un soneto,
figura escultural que se ofrendaba a la eternidad, frase que hoy no pasa de ser
un elogio retórico y vacío. Hay escultores, sin embargo, que son poetas del
espacio, cuyas figuras tienden a abrazar el universo y otorgan perennidad a la
profundidad del instante, entre los que se cuenta, sin lugar a dudas, Guillermo
Lotz, quien se define a sí mismo como un hacedor de metáforas; largo sería
enumerar sus obras, enfrentar sus secretos y detenerse en la interpretación de
sus sueños, a los que alude como falacias, quizás porque su apariencia engañosa
o fraudulenta, esconde preciosas revelaciones, incesantes apocalipsis; pero
gran parte de esa tarea puede ser resumida con una invitación a leer, o mejor:
a contemplar Por amor al arte, el
libro de Guillermo Lotz.
He
dicho libro, acaso guiado o desviado, por los créditos editoriales, Córdoba,
2020, todos atribuidos a Guillermo Lotz, con la coordinación de Myriam Delgado
y una variedad de agradecimientos, pero el cuerpo de sus páginas, sabiamente
ilustradas, que guían la mirada de una luz a otra, mediante fotografías, textos
y dibujos, sugiere la mano precisa de un escultor. He ahí, en esa coincidencia
de formas y de materias, una continuidad del arte y del artista. Aparte, la
imposibilidad de pretender siquiera una glosa o una interpretación, porque como
se señala en las primeras líneas del texto fijado en la contratapa: “Nadie sabe
la sed con que otro bebe”.
Daniel Vera, 2022
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