¿Qué
quieren decir en el crepúsculo…?
Presentación de los libros
Heidegger, pensador insoslayable, de Arturo García Astrada
La experiencia del pensar-Hebel, el amigo de la casa, de Martín Heidegger (traducción de A.G.A.) y
Juan L. Ortiz, poesía y ética, de Oscar del Barco
Extraña solicitud del editor: pedirme que
presente estos libros, en su hondura filosófica opuestos a mi formación más
bien analítica y positivista, acaso vindicadores de una tradición romántica de
la cual no pocas veces he tratado de apartarme. Todo sea, para decirlo con
palabras de Alejandro Nicotra, porque la poesía es lugar de reunión y se espera
alguna revelación de este encuentro, o lo que es lo mismo, simplemente porque
sí, sin causa ni razón ni motivo. Esta última circunstancia, sospecho, es la
que se muestra en mayor armonía con la atmósfera de estos textos que me atrevo
a llamar post-metafísicos, donde se elude o se rodea la pregunta por la causa
primera y el fin último y por las demás causas y fines, para abandonarnos a la
insinuada claridad, u obscuridad, de ser. Es así que he aceptado, sin
obligación de decir nada, ya que lo que se pueda decir ha de caer seguramente
fuera de lo que se trata, porque no se trata de decir. He aquí los títulos y
los autores Heidegger, pensador
insoslayable, de Arturo García Astrada, y casi como apéndice del mismo,
pero en volumen aparte, dos textos de Martín Heidegger traducidos por García
Astrada : La experiencia del pensar y Hebel,
el amigo de la casa, junto con ellos, Juan
L. Ortiz, poesía y ética, de Oscar del Barco, en suma, un puñado de nombres
y de intenciones que el presunto lector puede vislumbrar como fuentes de
discrepancias antes que como prendas
–iba a decir océano- de comunión. Y tal vez en los mundos de la argumentación y
la polémica, de los balances y las guerras, del dinero y del trabajo, no puedan
esquivar esos aspectos de su destino, pero en el libre y germinal territorio de
la poesía ha de poder entregarse cada uno a su encuentro con los otros, sin
consideraciones ulteriores o anteriores. Por supuesto, la poesía depende menos de
la intención que de la recepción, aunque entrañe un delicado juego entre una y
otra, y pueda conjurarse mediante la
insinuación, la sugerencia, la interrogación, la ironía, la metáfora, y quizás
de ahí llevarnos a la admiración, a la contemplación, a lo que los antiguos
llamaban teoría…Abandono, entrega, contemplación parecen indicar pasividad, y
los pacientes, a diferencia de los agentes, no son susceptibles de ser juzgados
éticamente y sin embargo está ahí la palabra ética unida a la palabra poesía, trayendo
la sospecha de que el abandono, la contemplación, la entrega, la teoría, eso,
lo que sea o no sea y para lo cual no hay palabra propia, es una actividad, una
enérgeia independiente de toda
potencia, que aparece y desaparece, sin generación ni decadencia, siempre
completa, inasible, indecible; y también porque la ética, el ethos, depende de manera necesaria,
aunque no suficiente, de un admirar previo a la distinción entre bien y mal, de
una experiencia estética del pensar sin la cual no hubieran tenido lugar las
otras disciplinas normativas, como la lógica y la ética, que hacen posible,
junto con el inexcusable estar ahí, describir y juzgar el mundo y sus
alrededores. Hacia ese punto, del cual propiamente no se puede decir nada,
hacia aquello que según la figura de San Juan de la Cruz trasciende toda ciencia, apuntan estos
textos, y el que tenga ojos para ver, que no se limite a mirar, sino que vea.
Es así que voy eludiendo decir, más bien me voy encontrando obligado a no
decir, mientras busco presentar de modo oblicuo estos volúmenes, de ponerlos
ante ustedes un tanto subrepticiamente. En esta tarea Juan L. Ortiz viene no
tan inesperadamente en mi auxilio, y trae un poema suyo titulado con una
pregunta: ¿Qué quiere decir? que traduce una pregunta de Mallarmé: Qu’est-ce que cela veut dire, y que yo
recordaba, trampa de la memoria, con un nombre algo más explícito como ‘¿qué
nos quieren decir en el crepúsculo?’ Y me
preguntaba en esa evocación, ¿Por qué a nosotros? ¿Porqué en el crepúsculo? A
nosotros, ¿quiénes somos ‘nosotros’, tal vez a mí que pasaba y estaban estos
libros y les eché una mirada curiosa y pregunté ¿qué quieren decir? A nosotros,
a mí, tal vez a ustedes. En el crepúsculo, en esa hora intermedia entre las
luces y las sombras o entre las sombras y las luces…Es cierto que Juanele
sugiere el crepúsculo de la tarde, el lento extinguirse del sol en el
horizonte, pero no recurre a la palabra ‘ocaso’, y a la vez lo asimila y lo
distingue del anochecer. Acaso porque ‘crepúsculo’ en español preserva una sabrosa
ambigüedad, y aún cuando habla de la tarde tiene vislumbres de mañana. Y crepúsculo también en relación con
Heidegger, acaso el pensador crepuscular por excelencia: demasiado tarde para
los dioses, demasiado temprano para el ser. Demasiado tarde, como en el mito hesiódico
de las edades del hombre, que van degradándose del oro al hierro, edad esta de un presente sin remedio para los
males. Demasiado temprano, como en la promesa judía de un salvador por venir,
después de un presente menesteroso. Y nuestra época, oh nuestra época, se
insinúa epigonal por antonomasia, aquí y allá las re-ediciones: capitalismo
tardío, socialismo tardío, y demás reverdeceres…En un sentido o en otro lo
nuevo aparece como de nuevo lo anterior.
Y estos dos libros, también re-ediciones que sus autores decidieron
traer a esta hora: ¿Qué quieren decir? ¿Qué nos quieren decir en el crepúsculo?
Y es aquí donde Juanele se encuentra con Hebel, con el amigo de la casa, y con
Arturo y con Oscar. Querer
decir es en este paisaje inconmensurable con decir, no tanto porque lo que se
diga no alcance a decir o diga otra cosa o diga mejor de otro modo, sino porque
lo que se dice se dice así, sin más y sin menos, en tanto que querer decir está
una apertura a la interpretación, que no acaba de ser determinada, porque
encierra también querer no decir, reticencia, desvío o atajo, y decir sin
querer, lapsus del autor o del lector: importa lo que se muestra o se intenta
mostrar: el cerco crepuscular, apenas visible y esas figuras humildes…¿Se
asimilarán estos libros a esas figuras del poema? ¿Los podremos ver como medio
perdidos? Eso sí: no del todo perdidos, ante un cerco apenas visible. La
cuestión, intuyo, es la casa, la casa del hombre, de los hombres, el planeta
tierra, y vienen estos amigos, amigos de la casa a advertirnos de peligros que
se ciernen sobre el paisaje doméstico, a preguntarnos, en especial a
preguntarnos, porque las preguntas son caminos para las respuestas, a
cuestionarnos, pero a cuestionarnos con la belleza. A marcar, si se quiere, el
derecho a la belleza, o más acá del derecho, a la necesidad humana de belleza, de
la cual afirma Juanele citado por Oscar: “Acaso
la revolución consista en el verdadero descanso, el que permite ver cómo
crecen, día a día, las florecitas salvajes…El hombre necesita mirar las flores
y mirar el cielo…Sin belleza el hombre se muere se muere de tristeza como un pajarito.” Ese Juanele que se presenta
y presenta estos libros preguntando:
“¿Qué
quiere decir el cerco
crepuscular?
¿Qué quieren decir
esas figuras humildes
que descienden
medio perdidas como el cerco?
¿Qué quiere decir el matorral
al cielo que muere
pero que mira, mira, mira;
y esos hombres vagos
que de algún modo mueren
también
todos los anocheceres,
qué quieren decir?
Oh, yo sé algo
de los destinos oscuros:
la bolsa abierta
casi en la sombra
—sobre la mesa, la mesa?
el cabo de vela
se va—
ante las manos impacientes.. .
Pero esos hombres allí
son del crepúsculo
y mueren extrañamente
como él,
melancólicos, melancólicos fantasmas
que bajan, como apresurados,
hacia su noche.
¿Qué quiere decir el cerco?
¿Un hastío de ceniza rameada,
ante el sueño que demora,
lívido, allá arriba,
o una penumbra que se amasa
pobre y medrosa,
como una olvidada alma agreste
en la última tenue luz
desierta?
Oh, las cosas, las cosas,
las plantas, y los espíritus
que flotan casi, no caminan, o se repliegan
en la soledad apenas azul
que los va llevando, hacia dónde?
o los fija, en qué misterio
de raíces aéreas?
Paz de la noche, paz?
para el desconcierto sin nombre
de las cosas y de las criaturas
del anochecer, a merced
de olas infinitas
o de manos increíbles
o de llamados oscuros.
Para las cosas y las criaturas
sin amor, sin miradas,
sin nuestro amor y nuestras miradas,
en el arrabal, que ya es el campo.
Sabremos lo que quieren decir en el crepúsculo?”
Muchas gracias.
Daniel
Vera,
Córdoba,
2015
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