sábado, 6 de marzo de 2021

 

Introduction to a negative approach to argumentation.

 Towards a new ethic for philosophical debate

Cambridge Scholars

204 pp. U. K. 2019

 

 

(Primera Parte)

Tras los pasos de Kafka

 

Estoy leyendo Introduction to a negative approach to argumentation. Towards a new ethic for philosophical debate, de Julio Cabrera. Hasta aquí (estoy en el capítulo IV) la presentación del enfoque negativo de la argumentación en contraste con el tradicional en las versiones ‘fuerte’ y ‘débil’ de ambos planteos. Encuentro afinidad con algunas observaciones asistemáticas que he anotado por ahí en vista a diversos ámbitos de discusión y mis manifestaciones en favor del pluralismo teórico; es como la confirmación mediante imágenes detalladas (radiografía, tomografía computada, etc.) de un diagnóstico hecho a ojo (más o menos clínico), aunque por supuesto de mi parte no hubo nunca la sospecha de un enfoque negativo o de algo que pudiera llamarse así, aunque me considerara negativo, es decir: escéptico, ante las pretensiones de la filosofía.

             Mis observaciones surgían frente a ciertas manifestaciones en diversos ámbitos de discusión. Una de ellas es la afirmación atribuida a Niels Bohr, de que las teorías (físicas) desplazadas, no lo son porque estén muertas argumentativamente, sino porque han muerto aquellos que argumentaban en su favor. Otra, referida a cuestiones teológicas, es la decisión tomada por el Concilio de Nicea, de fijar los textos canónicos y someter su interpretación a la doctrina de la Iglesia. Y una más, la afirmación de Thomas Jefferson de que ‘la Constitución de los Estados Unidos dice lo que la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos dice que dice’. En un caso se trata de planteos puramente teóricos, y el dicho de Bohr se relacionaría con el estado de la cuestión para la que se pretenden fondos de investigación (ejemplo, durante décadas no se tomaron en consideración proyectos acerca del teorema de Fermat y Andrew Wiles realizó su trabajo en su tiempo libre) pero los otros casos tienen efectos eminentemente prácticos, debido a lo cual no pueden permanecer abiertos indefinidamente, es necesario decidir pronto si se está frente a una herejía o a un precepto inconstitucional, lo cual se resuelve mediante un recurso a una autoridad inapelable; por supuesto, con el tiempo la doctrina de la Iglesia o la opinión de la Corte pueden variar, pero ese es otro problema, pero lo que se pretendía (y se pretende) es no prolongar la incertidumbre y el suspenso. En la práctica del derecho vemos a menudo que las decisiones de los jueces son, en última instancia aceptadas, pero no siempre compartidas, y también que los errores no son del todo evitables. Lo que llamo la trama kafkiana del asunto es la aplicación a cuestiones prácticas de recursos teóricos manteniendo sin solución cada paso del proceso, con la consecuente angustia del acusado de no se sabe qué. A veces en los hechos, lo que se llama la lentitud de la Justicia o la mera burocracia adopta esa forma de indeterminación, quizás por excesivos escrúpulos para evitar el error, quizás para castigar a un supuesto culpable contra el que no hay pruebas suficientes, quizás para no condenar algún otro contra el que sobran las pruebas.

            En mi caso, la visión que tengo de estos cuatro capítulos, adoptaría la forma de una ficción. En ella se enfrentan los mayores sofistas de la antigüedad, Sócrates y Gorgias, aquél para el cual no hay ninguna proposición que pueda sostenerse como tesis (apodíctica) ya que cualquiera de ellas, en cuanto quiera oponerse a la totalidad de las proposiciones restantes entraría en contradicción (para el establecimiento de la verdad habría que apelar a algún tipo de ‘visión’ trascendental, pero ya aparte de cualquier argumento), y este, para quien cualquier proposición es una tesis (deíctica, esto es: con respecto a un parámetro, y es probable que los diversos parámetros sean inconmensurables). Las respectivas leyendas cuentan que Sócrates fue premiado con un trago de cicuta y Gorgias con una estatua de oro que reproducía su apariencia en tamaño natural, y habitualmente se sostiene que eran encarnizados rivales, lo cual es posible porque la rivalidad entre los hombres puede surgir de las más diversas fuentes, pero resultaría insólito atribuirla a una incompatibilidad entre sus respectivas teorías, ya que es evidente el diverso propósito de las mismas: hasta se puede afirmar que la conclusión de una es condición de la otra.    

            Luego está el asunto de los oráculos: carecemos de un oráculo ontológico, no sabemos qué ni cómo es lo que hay (no hay hechos, sino interpretaciones); no tenemos un oráculo epistemológico, no sabemos de un método para encontrar la verdad en las ciencias o donde sea; nos falta un oráculo psicológico, un sujeto para el cual sea evidente la realidad, y agrego que tampoco se da un oráculo sociológico por el cual la pertenencia a una determinada clase social otorgue un privilegio gnoseológico. Si a lo anterior agrego que nuestra más cierta posesión es un aparato lógico que hasta ahora nos ha permitido un orden discursivo formal, y de un lenguaje matemático en el cual es posible expresar cualquier posibilidad fáctica dentro de nuestras limitaciones (por lo  que ese lenguaje en su totalidad es contradictorio, ya que si p es posible también es posible no p). Lo que resta es celebrar la pluralidad y no dar por terminado el debate teórico.

            En la práctica, en cualquier grupo, no es posible prescindir de una autoridad que evite que el debate, o el escepticismo, nos paralice; sobre la competencia y el poder de esas autoridades hay mucho que decir, pero no aquí: lo que no se debería olvidar es que las decisiones han de ser revisables y sensibles a la crítica, en especial a la crítica del tiempo. 

            Otro sí digo: para mi Franz Kafka es un escritor cómico; en alguna parte he leído que reía ruidosamente con su amigo Max Brod cuando le leía sus cuentos.

 

Daniel Vera

Córdoba, 2021

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