Una amenaza a la inteligencia
(La Voz del Interior, 7 de mayo de 2023)
Se
supone que los seres humanos son naturalmente inteligentes, con sus
excepciones, claro está, entre las que se acostumbra contar a los que repiten
consignas distintas de las propias, siempre tan claras y distintas. Una característica
de la inteligencia es la capacidad de sus sujetos para diseñar procedimientos y
herramientas cuyo uso puede ser transmitido mediante un entrenamiento adecuado:
lo que suele llamarse educación. Estos artificios y artefactos agregan a las
cualidades supuestamente naturales un mayor poder: multiplican la fuerza, la
velocidad, la altura, la visión, etcétera, y en su extremo multiplican la
inteligencia. No siempre, o casi nunca, un nuevo ingenio, cualquiera sea su
área de aplicación, es recibido con el general beneplácito, porque su
introducción cambia las costumbres, altera el statu quo y da origen a nuevas
jerarquías y pone fin a ocupaciones consuetudinarias, por ejemplo, ya no es
necesario un grandote para mover grandes pesos ni un chasqui para llevar el
correo, pero los que suelen desatar el mayor escándalo son aquellos inventos
que amplían la inteligencia, sea porque resuelven problemas en menos tiempo o
porque incrementan la memoria o tienen mayor combinatoria o consumen menos
recursos…
La
escritura, y su más notoria consecuencia, el libro, entre los cuales nos
movemos (o nos movíamos) con la mayor ‘naturalidad’ difícilmente puedan ser
vistas por nosotros como ‘inteligencia artificial’ y mucho menos como una
amenaza a la inteligencia, es más entre nuestros prejuicios figura considerar el
alfabetismo como una medida de inteligencia, lo cual puede ser culturalmente
cierto, porque da medios aptos para desenvolverse mejor en un contexto
histórico determinado, pero es naturalmente falso: los que inventaron la
escritura no sabían escribir, pero se dieron maña para hacerlo. Sin embargo,
cuando los griegos se alfabetizaron y surgieron sus primeros libros la
escritura fue duramente criticada; en rigor, antes de eso, ya Homero
(posiblemente un tardío Homero) había deslizado la sospecha de que la escritura
era portadora de muerte, según se puede apreciar en los versos dedicados a
Belerofonte. Quizás los rapsodas sospechaban que la escritura haría innecesaria
su voz y su memoria para repetir generación tras generación el mito fundacional
de Grecia, por mucho que durante siglos los poemas homéricos, en su forma
escrita, continuaran siendo parte imprescindible de la educación y todavía hoy
sean centrales en la cultura universal.
Fue
Platón, por boca de Sócrates, y por lo tanto es imposible saber cuanta ironía
hay en esas líneas de su diálogo Fedro, quien lanzó toda una artillería contra
los escritos: “A unos les es
dado crear un arte, a otros juzgar qué de daño o provecho aporta a los que
pretenden hacer uso de él. Y ahora tú, precisamente, padre que eres de las
letras, por apego a ellas, les atribuyes poderes contrarios a los que tienen.
Porque es obvio lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al
descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo
desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos
y por sí mismos. No es, pues, un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino
un simple recordatorio. Apariencia de sabiduría es lo que proporciona a tus
alumnos, que no verdad. Porque habiendo oído muchas cosas sin aprenderlas,
parecerá que tienen muchos conocimientos, siendo, al contario, en la mayoría de
los casos, totalmente ignorantes, y difíciles, además, de tratar porque han
acabado por convertirse en sabios aparentes en lugar de sabios de verdad.” A esto agregaba que a las letras no se les
podía preguntar, pues respondían siempre los mismo, y no era posible saber si
el que contestaba era el autor del escrito, etcétera. Sin embargo, Platón escribió
mucho y bien, pero no puede decirse que sus libros le repitan lo mismo a todos
sus lectores, pues la disputa en torno a la interpretación de su obra es acaso
interminable. Dada la forma dialógica que eligió para expresarse es posible
sugerir que lo hizo porque esa forma es la que mejor imita una conversación
(aunque también vituperaba las imitaciones) y estaba destinada a curiosos entre
los que podría haber aspirantes a la sabiduría, filósofos, que siguiendo esa
vía y pasando algunos exámenes formales (o informales, como los que tomaba
Sócrates) podrían llegar a participar en la conversación de los sabios.
En estos días leo el
debate abierto sobre la Inteligencia Artificial, en rigor sobre unos autómatas
conversacionales que sería difícil distinguir de hablantes auténticos y no
sobre la inmensa y diseminada inteligencia artificial con la que nos ayudamos
cada día y con la que a veces tropezamos, sean libros, cajas registradoras, motores
de ajedrez, cuentas bancarias, teléfonos, etcétera. Ante algunas respuestas que
se ofrecen, y como este fenómeno es una lejana consecuencia de aquel denunciado
por Platón, ya que sería irrisorio pretender que la IA es producto de
iletrados, queda la alternativa de suponer que, entendido literalmente, el
ataque del pensador griego a la escritura o bien estaba equivocado o bien era acertado
y ahora, por fin, se pudrió todo.
Daniel Vera.
Córdoba, 2023.
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