viernes, 29 de marzo de 2013

TANGOS PINTADOS POR GONZALO VIVIÁN




¿Te acordás, hermano?

                Entiendo que la nostalgia es una pasión triste, de aquellas que los hombres sabios aconsejan combatir con afectos más estimulantes. Sin embargo, de tarde en tarde, café de por medio, mientras miro sin ver o veo sin mirar el movimiento de vehículos y peatones que rodea la Plaza San Martín, envuelto en rumores de conversaciones ajenas, en ese abandono que hace posible simular la anulación o el intercambio de momentos y lugares, me siento un personaje de Scalabrini Ortiz, un hombre que está solo y espera. Y me da por recordar otras tardes, cuando éramos unos cuantos alrededor de la mesa y nos entreteníamos con los temas más diversos, el deporte, los crímenes del día, el último libro de Borges, alguna aventura o desventura sentimental y la particular filosofía deducida de tales sucesos. Los amigos ya no vienen, y me surge de no sé donde una tristeza de tango, porque me es imposible pensar en los amigos sin pensar en algunos tangos y tampoco puedo pensar en  modo de tango sin pensar en los amigos, en esos seres de carne y hueso y tiempo solidarios con nuestras alegrías y, lo que es más importante con nuestros pesares, porque los poemas del tango, esas letras callejeras en las que abundan los amores fallidos y las pasiones trágicas, además de la intensidad del deseo, y donde no faltan críticas al caos moral y social de la época, y en las que también se encuentran en algunos casos festejos o lamentos por un resultado deportivo, la suerte de un crack de fútbol o de un boxeador, cuando no la celebración de un jockey magistral o el llanto por un caballo no placé, esos poemas son siempre confesiones profanas en busca de un oído amigo. Y el amigo, los amigos llegan a la canción, se hacen canción, cuando están ausentes ¿dónde andarás Balmaceda? ¿dónde andarás Pancho Alsina?, ausencias que se querría pasajeras y tal vez lo sean, pero que son premoniciones de una mirada perdida para siempre, y ausencias que se saben definitivas pero no alcanza la voluntad para creer del todo en ellas y se pone en la esperanza la promesa de un reencuentro: y estás hermano despierto juntito a Discepolín…
                Tango que me hiciste mal y sin embargo te quiero, porque es un mal, una falta que viene del lado bueno de la médula, de donde nacen la música y la generosidad, y dónde las palabras son más bien escudos para protegernos de emociones avasalladoras. En esa melodía intrusa que se despierta por ahí mientras cae la noche se esconden nombres y se dibujan caras, y se evocan otras noches, prolongadas en algún local de por aquí o de por allá, a puro piano o con bandoneón y guitarra y no faltaba a quién le diera por cantar, y algún otro llegaba como de casualidad. ¡Ah, muchachos de entonces! ¿Por qué calles volverán?

Daniel Vera
Córdoba, 2012

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