TANGOS PINTADOS POR GONZALO VIVIÁN
¿Te
acordás, hermano?
Entiendo que la
nostalgia es una pasión triste, de aquellas que los hombres sabios aconsejan
combatir con afectos más estimulantes. Sin embargo, de tarde en tarde, café de
por medio, mientras miro sin ver o veo sin mirar el movimiento de vehículos y
peatones que rodea la Plaza San Martín, envuelto en rumores de conversaciones
ajenas, en ese abandono que hace posible simular la anulación o el intercambio
de momentos y lugares, me siento un personaje de Scalabrini Ortiz, un hombre
que está solo y espera. Y me da por recordar otras tardes, cuando éramos unos
cuantos alrededor de la mesa y nos entreteníamos con los temas más diversos, el
deporte, los crímenes del día, el último libro de Borges, alguna aventura o
desventura sentimental y la particular filosofía deducida de tales sucesos. Los
amigos ya no vienen, y me surge de no sé donde una tristeza de tango, porque me
es imposible pensar en los amigos sin pensar en algunos tangos y tampoco puedo
pensar en modo de tango sin pensar en
los amigos, en esos seres de carne y hueso y tiempo solidarios con nuestras
alegrías y, lo que es más importante con nuestros pesares, porque los poemas
del tango, esas letras callejeras en las que abundan los amores fallidos y las
pasiones trágicas, además de la intensidad del deseo, y donde no faltan críticas
al caos moral y social de la época, y en las que también se encuentran en algunos
casos festejos o lamentos por un resultado deportivo, la suerte de un crack de
fútbol o de un boxeador, cuando no la celebración de un jockey magistral o el
llanto por un caballo no placé, esos poemas son siempre confesiones profanas en
busca de un oído amigo. Y el amigo, los amigos llegan a la canción, se hacen
canción, cuando están ausentes ¿dónde andarás Balmaceda? ¿dónde andarás Pancho
Alsina?, ausencias que se querría pasajeras y tal vez lo sean, pero que son
premoniciones de una mirada perdida para siempre, y ausencias que se saben
definitivas pero no alcanza la voluntad para creer del todo en ellas y se pone
en la esperanza la promesa de un reencuentro: y estás hermano despierto juntito
a Discepolín…
Tango que me
hiciste mal y sin embargo te quiero, porque es un mal, una falta que viene del
lado bueno de la médula, de donde nacen la música y la generosidad, y dónde las
palabras son más bien escudos para protegernos de emociones avasalladoras. En
esa melodía intrusa que se despierta por ahí mientras cae la noche se esconden
nombres y se dibujan caras, y se evocan otras noches, prolongadas en algún
local de por aquí o de por allá, a puro piano o con bandoneón y guitarra y no
faltaba a quién le diera por cantar, y algún otro llegaba como de casualidad.
¡Ah, muchachos de entonces! ¿Por qué calles volverán?
Daniel Vera
Córdoba, 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario