Novela
Esteban Zenobi Fabi
Ediciones del Boulevard
170 páginas
Córdoba 2006
(Hace unos años tuve el honor de presentar esta novela. Creo oportuno re-presentarla)
Escribir
para vivir
Vivir
para escribir
Alimentarme me parece algo por
entero superfluo,
inútil, humillante.
Esteban Zenobi Fabi en Seor Plume.
‘Filosofía’ y
‘piratería’ son palabras de origen griego, de esas que abundan en nuestro ADN
cultural, en nuestros ‘memes’, según apunta un neologismo; ambas tienen un uso
tan amplio como difuso, a punto tal que
resulta problemático asignarles un significado definido, lo cual ha permitido
que se solapen en vastas zonas de su aplicación y lo menos que se puede decir
de ellas es que han dado cabida a sendos géneros de escritura: tratados (o
ensayos) de filosofía y novelas de piratas, géneros cuya ‘struggle for life’, los ha llevado a mezclarse y a engendrar
especies mestizas más o menos resistentes a las condiciones ambientales, y así
han nacido novelas filosóficas, no siempre felices y ensayos (o tratados) de
piratería casi siempre exitosos y, por gracia o por desgracia, no sólo
literarios. Esteban Zenobi Fabi ha llevado la experimentación genética, o
memética, un paso más allá, y hoy nos presenta una novela, o nouvelle, de piratas filósofos; la
metáfora no es inusitada, ya que estaba implícita por ley de simetría en el
hábito de los filósofos de abordar los grandes temas con el propósito de
apropiárselos. En la Grecia
arcaica una hazaña no estaba cumplida y el héroe no alcanzaba la prometida
inmortalidad, concebida como perduración en la memoria de su tribu, sino
encontraba el poeta de verdad que la
cantara en versos indelebles: alethéia,
la palabra griega que traducimos por ‘verdad’, quería decir eso: estar a salvo
del olvido, ser inmortal, compartir honores, amores y rencores con dioses y
diosas. Este argumento, consumado en un principio por la poesía épica y más
tarde por las odas olímpicas y píticas y demás, destinadas a celebrar y registrar
las victorias de los atletas en los juegos epónimos, no es ajeno a ninguna
vocación humana, y por su mesura o desmesura oscila entre lo sublime y lo
ridículo, afecta a la santidad y al crimen, a la virtud cardinal y al pecado
espléndido, y es el argumento patente de Seor Plume: el capitán pirata Tobías
Knife corría el riesgo de que sus tropelías y crueldades no alcanzaran la
gloria de las letras y para conjurarlo convocó, o secuestró o se aprovechó de las circunstancias que
arrostraban o arrastraban a un famélico escriba y, a cambio de socorro médico y
suministro alimentario, con amenazas y promesas, le impuso a éste el nombre de
Seor Plume y la obligación de narrar sus aventuras y las de sus desventurados
cómplices, así como el registro de sus ganancias y pérdidas en bienes y vidas. Semejante
suma de ambigüedades y equívocos ironiza sobre la suma de ambigüedades y
ambivalencias que atañen a la escritura, filosóficamente célebres desde los
tiempos de Gorgias y Sócrates, y no dejan a salvo la memoria, escindida en sus
sentidos sagrado y comercial entre la gracia, el resentimiento, la redención,
la codicia y tantos otros fenómenos memorables. Esta situación abre lo que para
mí es el argumento latente, uno de los argumentos latentes, de la nouvelle de Zenobi Fabi: la pregunta por
la intención, mejor: por las intenciones, que oculta la expresión ‘escribir
para vivir’. “Es triste la vida de un tenedor de libros”, escribió Mark Twain,
frase cuyo amargo ingenio trasladó Guillermo Cabrera Infante a esta otra: “Es
triste la vida de un escritor de libros”, y siendo como son ambos, dos
escritores de muy feliz lectura, felicidad quizás despiadada a la que se
aproxima o que alienta la pluma del seor Plume, ensayo una breve exploración de
esta metáfora, cuyo acoso acaso no hay escritor que no haya padecido, pasión
triste, la de escribir, redimible, sin embargo por la alegría de la acción, en
especial por la acción de escribir, que viene de un acto de lectura y va hacia
otro acto de lectura.
‘Escribir para vivir’, no tiene ni
retiene sólo los diversos usos del verbo escribir, sino también los diversos
usos del verbo vivir. Vivir puede significar apenas comer, con esta acepción la
expresión en cuestión puede remontare a otra, aquella de Séneca, quien según
Borges escribió toda la literatura española anterior a la invención del
español, que aconsejaba “primun vivere,
deinde philosophare”: primero comer, después filosofar, con lo que sugería
los peligros o la mera imposibilidad de filosofar con el estómago vacío y se
asimilaba, en este respecto, a la tradición aristotélica, que apuntaba el
carácter tardío de la filosofía, cuyo surgimiento no era posible sin haber
satisfecho antes las urgencias y los adornos de la vida; esto es: filosofar
requiere una libertad de pensamiento de la que no goza aquel que está apremiado
por las circunstancias. Pero vivir puede tener un significado mucho más amplio
y dar a entender más allá de las actividades impuestas por la subsistencia, lo
que podríamos llamar las obligaciones del negocio, las actividades dispuestas
para los afanes del ocio, las que constituyen e instituyen el escaso tesoro
denominado tiempo libre. En los hechos, sin embargo, las distinciones no son
tan claras y muchas veces se confunden, y en el escribir para vivir, entendida
la escritura como gesto de libertad, se insinúan o disfrazan los rituales de la
sumisión. Esta íntima contradicción (o suma de contradicciones) es una de las
claves de Seor Plume, que, dada su complejidad, voy a considerar en un
solo aspecto.
Escribir es, para el escritor, en
primera instancia un instinto, una pulsión necesaria para la vida, como el
comer, nace de un apetito no deliberado, ajeno, inexplicable. Pero tanto como
es relativamente fácil entender la importancia decisiva de comer para nuestro yo, y asumirlo y
regularlo, de modo que decir ‘el hombre es lo que come’ no sea índice de una
pasión extraña sino de una acción propia, es difícil ver como escribir pueda
provocar algo semejante: lo primero que se nos ocurre en contra de una tal suposición
es que nadie, ni siquiera un poeta o un filósofo, puede vivir sin comer, en
tanto que hay multitudes, y tal vez no sea una desgracia, que pueden vivir sin
escribir. Escribir para comer, como tantos hemos hecho y no desdeñamos hacer,
es incluir la escritura entre las necesidades de la vida, un gaje del oficio,
una obligación más, y aunque pueda suscitar cuestionamientos morales no tiene
mayores implicaciones existenciales; pero si con vivir intencionamos algo más
que comer, una actividad libre, esta, por definición no puede provenir de un
agente extraño sin que este hecho se vuelva existencialmente insostenible: está
en juego la propia edificación personal. Decía San Agustín que nadie que obra
contra su voluntad obra bien, aunque sea bueno lo que hace, y esto, aplicado al
escritor empeñado en su autoría, implica el dominio de su pulsión, su asunción
y su regulación, en suma, la apropiación de su deseo: no sólo ser capaz de
escribir sino también de dejar de escribir: no escribir para otro, para ser
otro o parecerse a otro, sino para ser él y parecerse cada vez más a sí mismo,
y eso con el solo instrumento de su escritura, para llegar al término de sus
peripecias, que le han costado el alma, parte del cuerpo y mucho de la vida, completo
y aún rebosante, autor de su propia novela.
Esteban Zenobi Fabi ha construido
esta figura con excelencia, y en cierto modo, aunque transfigurada por su obra
nos ha transferido por un lapso más intenso que extenso aquella pulsión
original, y es que no bien comenzamos la lectura de Seor Plume, ya no podemos
abandonarla antes del fin, que no entendemos, que no entiendo, como fin, sino
como una promesa de nuevas invenciones dejada caer por aquel autor que se
encuentra a sí mismo, y hace que lo encontremos escribiendo:”Estoy entero, nada
me falta”.
Daniel Vera
Córdoba, 2006
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